Página 332 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
Cristo como salvador personal
¿Es, pues, Cristo un Salvador personal? Llevamos con nosotros
en nuestro cuerpo la muerte del Señor Jesús, que es vida, salvación y
justicia para nosotros. Dondequiera que vayamos, está el recuerdo de
un Ser querido. Permanecemos en Cristo por medio de una fe viva. El
mora en nuestros corazones cuando nos apropiamos individualmente
de la fe. Tenemos la compañía de la presencia divina, y al darnos
cuenta de su presencia, nuestros pensamientos son llevados cautivos
a Cristo Jesús. Nuestros ejercicios espirituales están de acuerdo con
la vividez de nuestra percepción de esta compañía. Enoc caminó
con Dios en esa forma, y Cristo vive en nuestros corazones por la
fe cuando consideramos lo que él es para nosotros y la obra que
ha realizado por nosotros en el plan de redención. Nos sentiremos
muy felices al cultivar un concepto de este gran don que Dios dio a
nuestro mundo y nos dio a nosotros personalmente.
Estos pensamientos tienen un poder dominante sobre todo el
carácter. Quiero impresionar vuestra mente con el hecho de que
podéis tener siempre, si lo queréis, la compañía divina con vosotros.
“¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque
vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré
y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. A
medida que la mente se espacia en Cristo, el carácter se amolda a la
semejanza divina. Los pensamientos se saturan con la comprensión
de su bondad, de su amor. Contemplamos su carácter, y así él está
presente en todos nuestros pensamientos. Su amor nos abarca. Si
observamos sólo por un momento el sol en su gloria meridiana,
cuando apartemos nuestros ojos su imagen aparecerá en todo cuanto
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veamos. Así ocurre cuando contemplamos a Jesús; todo lo que mi-
ramos refleja su imagen, la imagen del Sol de justicia. No podemos
ver ninguna otra cosa, ni hablar de ninguna otra cosa. Su imagen
está impresa en los ojos del alma y afecta toda porción de nuestra
vida diaria, suavizando y subyugando toda nuestra naturaleza. Al
contemplarlo, somos conformados a la semejanza divina, a la se-
mejanza de Cristo. Ante todos aquellos con quienes nos asociamos
reflejamos los brillantes y alegres rayos de su justicia. Hemos sido
transformados en carácter, pues el corazón, el alma, la mente están
inundados de los reflejos de Aquel que nos amó y dio su vida por