Página 337 - Testimonios para los Ministros (1979)

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A los obreros de Dios
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actuar como ciegos que guían a otros ciegos, tendría yo esperanza.
Cuando despierten de su parálisis, se sentirán abrumados al darse
cuenta de que han perdido el tiempo—el precioso talento del Señor—
, que han perdido oportunidades que les fueron dadas para que
pudieran manifestar su aprecio hacia la infinita compasión de Dios
por los hombres cardos.
Un profundo anhelo de servir
Toda alma que acepta a Jesús como su Salvador personal an-
helará el privilegio de servir a Dios y aprovechará ávidamente la
oportunidad de manifestar su gratitud dedicando sus talentos al servi-
cio de Dios. Anhelará manifestar su amor por Jesús y por su posesión
adquirida. Deseará el trabajo, las privaciones, el sacrificio. Conside-
rará un privilegio negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir en las
pisadas de Cristo, manifestando así su lealtad y su amor. Sus obras
santas y benéficas testificarán de su conversión y darán al mundo la
evidencia de que no es un cristiano falso, sino un cristiano verdadero
y consagrado.
Los hombres están ejerciendo ahora con entusiasmo todo arte y
profesión para satisfacer su deseo de ganar más. Si usaran ese tacto,
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ese celo y esa cuidadosa meditación en un esfuerzo por ganar algo
para la tesorería del Señor, ¡cuánto más podría hacerse! Cuando los
hombres totalmente egoístas acepten a Cristo, mostrarán que tienen
un nuevo corazón; y en lugar de posesionarse de todo lo que les sea
posible obtener para beneficio de ellos mismos, en lugar de hacer
sacrificios pequeños, raquíticos, para el Señor, harán alegremente
todo lo que pueden para impulsar su obra. El espíritu de codicia, que
se ha desarrollado tan ampliamente, morirá, y prestarán atención a
las palabras de Cristo: “Vended lo que poseéis, y dad limosna”. Tra-
bajarán tan laboriosamente, con celo, energía y fervor, para construir
el reino de Dios, como han trabajado para obtener riquezas para sí
mismos.
¡Qué cambio se vería!
Os digo la verdad. En nuestro concepto del deber estamos muy
por debajo de lo que exige nuestra santa religión. ¡Oh, si los que han
sido bendecidos con verdades tan grandes y solemnes se levantaran y