Página 356 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
impulsan a obrar. Sea éste su lema. Elévese a Dios la oración del
salmista: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis
labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras
impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites”.
“Dame... tu corazón”
Adelaida, Australia,
12 de octubre de 1896
Los que ocupan puestos de responsabilidad no deben convertirse
a los principios egoístas y dispendiosos del mundo, porque no les
alcanzaría el dinero; y si les alcanzara, los principios cristianos no
se lo permitirían. Hay que impartir una enseñanza multiforme. “¿A
quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los
destetados? ¿a los arrancados de los pechos? Porque mandamiento
tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón,
línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. Así la Palabra
del Señor debe ser presentada pacientemente a los niños, y mantenida
ante ellos, por parte de los padres que creen en ella. “Porque en
lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará a este pueblo, a
los cuales él dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y éste
es el refrigerio; mas no quisieron oír. La palabra, pues, de Jehová
les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato,
renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito
allá; hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados,
enlazados y presos”. ¿Por qué? Porque no escucharon la palabra del
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Señor que vino a ellos.
Esto alude a los que no han recibido la instrucción sino que han
albergado su propia sabiduría y han elegido manejarse a sí mismos
de acuerdo con sus propias ideas. El Señor les da la prueba para que
se determinen a seguir su consejo, o lo rechacen y actúen según sus
propias ideas; entonces él los abandonará al seguro resultado de su
conducta. En todos nuestros caminos, en todo nuestro servicio hacia
Dios, él nos habla: “Dame... tu corazón”. Es el espíritu sumiso y
dócil lo que Dios quiere. Lo que le da a la oración su excelencia es
el hecho de que parte de un corazón amante y obediente.
Dios requiere ciertas cosas de sus hijos; si ellos dicen: No re-
nunciaré a mis ideas para hacer esto, el Señor les permite obrar de