Página 359 - Testimonios para los Ministros (1979)

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A los obreros de Dios
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El cristianismo tiene un significado mucho más amplio que el
que muchos le han dado hasta aquí. No es un credo. Es la palabra
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de Aquel que vive y permanece para siempre. Es un principio vivo,
animador, que toma posesión de la mente, el corazón, los motivos y
el hombre entero. Cristianismo, ¡oh! ¡ojalá podamos experimentar
cómo obra! Es una experiencia vital, personal, que eleva y ennoblece
al hombre entero. Todo hombre es responsable ante Dios quien ha
hecho provisión para que todos reciban esta bendición. Pero muchos
no la reciben, aun cuando Cristo la ha comprado para ellos a un
costo infinito. No se han posesionado de la bendición que está a
su alcance, y por lo tanto han retenido los rasgos objetables de su
carácter, y el pecado yace a la puerta. Mientras profesan piedad.
Satanás los ha convertido en agentes suyos para derribar y confundir
donde a él le parezca mejor. Ejercen una influencia deletérea sobre
las almas de muchos que necesitan un ejemplo que los ayude en su
camino al cielo.
¿Quiénes son los súbditos del reino de Dios? Todos los que
hacen su voluntad. Tienen justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo.
Los miembros del reino de Cristo son los hijos de Dios, socios en su
gran firma. Los elegidos de Dios son un linaje escogido, un pueblo
adquirido por Dios, una nación santa, para anunciar las virtudes
de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.
Son la sal de la tierra, la luz del mundo. Son piedras vivas, un real
sacerdocio. Son socios con Cristo Jesús. Estos son los que siguen al
Cordero dondequiera que va...
Nuestra individualidad
Hay derechos que pertenecen a todo individuo. Tenemos una
individualidad y una identidad que es nuestra. Nadie puede sumergir
su identidad en la de otra persona. Todos deben actuar por sí mismos,
de acuerdo con los dictados de su propia conciencia. En lo que
respecta a nuestra responsabilidad e influencia, somos responsables
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ante Dios porque derivamos nuestra vida de él. No la obtenemos
de la humanidad, sino sólo de Dios. Somos suyos por la creación
y por la redención. Aun nuestros cuerpos no nos pertenecen para
tratarlos como nos agrada, para arruinarlos con hábitos que conducen
a la ruina, haciendo imposible rendir a Dios un servicio perfecto.