Página 37 - Testimonios para los Ministros (1979)

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La iglesia de Cristo
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Jesús ve a su verdadera iglesia en la tierra, cuya mayor ambición
consiste en cooperar con él en la grandiosa obra de salvar almas. Oye
sus oraciones presentadas con contrición y poder, y la Omnipotencia
no puede resistir sus ruegos por la salvación de cualquier miembro
probado y tentado del cuerpo de Cristo. “Por tanto, teniendo un
gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios,
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retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacer-
dote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno
que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para al-
canzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Jesús
vive siempre para interceder por nosotros. Por medio de nuestro
Redentor, ¿qué bendiciones no recibirá el verdadero creyente? La
iglesia, que está por entrar en su más severo conflicto, será el objeto
más querido en la tierra para Dios. La confederación del mal será
impulsada por un poder de abajo, y Satanás arrojará todo vituperio
posible sobre los escogidos, a quienes no puede engañar y aluci-
nar con sus invenciones y falsedades satánicas. Pero exaltado “por
Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de
pecados”, Cristo, nuestro representante y nuestra cabeza, ¿cerrará
su corazón, o retirará su mano, o dejará de cumplir su promesa? No;
nunca, nunca.
Identificado con su iglesia
Dios tiene una iglesia, un pueblo escogido; y si todos pudieran
ver como yo he visto cuán estrechamente Cristo se identifica con su
iglesia, no se oiría un mensaje tal como el que acusa a la iglesia de
ser Babilonia. Dios tiene un pueblo cuyos miembros son colabora-
dores con él, y ellos han avanzado hacia adelante, teniendo la gloria
del Señor en vista. Escuchad la oración de nuestro representante
en el cielo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde
yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria
que me has dado”. ¡Oh, cómo anhelaba la divina Cabeza tener a
su iglesia consigo! Sus hijos tuvieron compañerismo con él en sus
sufrimientos y humillación, y es su mayor gozo tenerlos consigo
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para que sean participantes de su gloria. Cristo reclama el privilegio
de tener a su iglesia consigo. “Aquellos que me has dado, quiero