Página 374 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
algún pecado conocido. Es el privilegio de todo hijo de Dios ser un
verdadero cristiano momento tras momento; entonces tienen todo el
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cielo de su parte. Tiene a Cristo morando por la fe en su corazón.
Un alma unida con Cristo, que come su carne, bebe su sangre,
acepta toda palabra que sale de la boca de Dios y vive de ella, luchará
contra toda transgresión y toda insinuación del pecado. Llega a ser
cada día más semejante a una luz refulgente, llega a ser cada día
más victoriosa. Va avanzando de fuerza en fuerza, no de debilidad
en debilidad.
Que nadie engañe a su propia alma en este asunto. Si albergáis
orgullo, estima propia, amor a la supremacía, vanagloria, ambición
impía, murmuración, descontento, amargura, maledicencia, mentira,
engaño, calumnia, Cristo no está morando en vuestro corazón, y es
evidente que tenéis la mente y el carácter de Satanás, no el de Cristo
Jesús, que era manso y humilde de corazón. Debéis tener un carácter
cristiano que prevalezca. Podéis tener buenas intenciones, buenos
impulsos, podéis explicar la verdad en forma clara, pero no sois
idóneos para el reino de los cielos. Hay en vuestro carácter material
vil, que destruye el valor del oro. No habéis alcanzado la norma.
El sello de lo divino no está sobre vosotros. El horno de fuego os
consumiría, porque sois oro sin valor, falsificado.
Debe haber completa conversión entre los que pretenden conocer
la verdad; de otra manera, caerán en el día de la prueba. El pueblo
de Dios debe alcanzar una norma elevada. Debe ser nación santa,
pueblo adquirido por Dios, linaje escogido, celoso de buenas obras.
Dirigid vuestro corazón hacia Sion
Cristo no murió por vosotros para que pudierais tener las pasio-
nes, los gustos y los hábitos de los hombres del mundo. Es difícil
distinguir los que sirven a Dios de los que no le sirven porque hay
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tan poca diferencia de carácter entre los creyentes y los no creyentes.
No podéis servir a Dios y a Belial. Los hijos de Dios pertenecen a
una nación diferente: el imperio de la pureza y la santidad. Son la
nobleza del cielo. El sello de Dios está sobre ellos. Tan evidente y
perceptible es esto, que ese contraste provoca la enemistad del mun-
do contra ellos. Exhorto a cada uno de los que pretenden ser hijos
de Dios que nunca olviden esta gran verdad, que necesitamos que el