Página 377 - Testimonios para los Ministros (1979)

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ésta, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol hasta que los siervos
de Dios sean sellados en sus frentes. Al ángel poderoso se lo ve
subiendo del este (o de donde sale el sol). El más poderoso de los
ángeles tiene en su mano el sello del Dios vivo, el único que puede
dar vida, que puede poner la señal o inscripción sobre las frentes de
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aquellos a quienes se les concederá la inmortalidad, la vida eterna.
Es la voz de este ángel encumbrado la que tiene autoridad para
ordenar a los cuatro ángeles que mantengan en jaque los cuatro
vientos hasta que esa obra sea realizada, y hasta que él ordene que
sean soltados.
Los que venzan el mundo, la carne y el diablo, serán los favoreci-
dos que recibirán el sello del Dios vivo. Los que no sean limpios de
manos, cuyos corazones no sean puros, no tendrán el sello del Dios
vivo. Los que estén premeditando el pecado y ejecutándolo, serán
pasados por alto. Sólo los que, en su actitud ante Dios, ocupan el
lugar de los que se arrepienten y confiesan sus pecados en el grande
y verdadero día de expiación, serán reconocidos y señalados como
dignos de la protección de Dios. Los nombres de los que firmemente
esperan y anhelan vigilantes la aparición de su Salvador—más fer-
viente y anhelosamente que los que esperan la mañana—se contarán
entre los sellados. Los que, por disponer de toda la luz de la verdad
que brilla sobre sus almas, debieran obrar de acuerdo con la fe que
profesan, pero son hechizados por el pecado, albergan ídolos en su
corazón, corrompen sus almas delante de Dios y mancillan a los que
se unen con ellos en el pecado, sus nombres serán borrados del libro
de la vida y serán dejados en la oscuridad de la medianoche, sin
aceite en sus vasijas juntamente con sus lámparas. “A vosotros los
que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia y en sus alas traerá
salvación”.
Este sellamiento de los siervos de Dios es el mismo que se
le mostró a Ezequiel en visión. Juan también fue testigo de esta
notable revelación. Vio el mar y las ondas rugientes, y los corazones
de los hombres desfalleciendo de temor. Observó la tierra que se
sacudía, las montañas transportadas al medio del mar (lo que ocurre
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literalmente), las aguas que rugían agitadas y las montañas sacudidas
por las olas. Se le mostraron las plagas, las pestilencias, el hambre y
la muerte mientras llevaban a cabo su terrible misión.