Página 397 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Exhortación y amonestación
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sajes, declarando que esto debía quitarse y aquello debía cambiarse.
Se pronunciaron palabras duras para criticar los métodos aplicados
en el periódico y se manifestó un espíritu duro, no cristiano. Las
voces se alzaban decididas y desafiantes.
Mi guía me dio palabras de amonestación y reprensión para
los que participaron en esas deliberaciones, y que no habían sido
remisos en formular sus acusaciones y expresar su condenación. En
resumen, ésta fue la reprensión: El Señor no presidió ese concilio
y hay un espíritu contencioso entre los consejeros. Las mentes y
los corazones de esos hombres no están sometidos a la influencia
del Espíritu de Dios. Sean los adversarios de nuestra fe los que
sugieran y formulen planes como los que vosotros estáis debatiendo.
Desde el punto de vista del mundo algunos de esos planes son
inobjetables; pero no deben ser adoptados por los que han tenido
la luz del cielo. La luz que Dios ha dado debe ser respetada, no
sólo por vuestra propia seguridad, sino también por la de la iglesia
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de Dios. Los pasos que ahora están dando unos pocos no pueden
ser seguidos por el pueblo remanente de Dios. Vuestra conducta
no puede ser respaldada por el Señor. Resulta evidente por vuestra
forma de proceder que habéis trazado vuestros planes sin la ayuda
de Aquel que es poderoso en consejo. Pero el Señor obrará. Los que
han criticado la obra necesitan que sus ojos sean ungidos porque se
han sentido poderosos en su propia fuerza. Pero hay Alguien que
puede atar el brazo de los poderosos y anonadar el consejo de los
prudentes.
Debemos llevar el mensaje de Dios
Los hombres no necesitan vacilar al comunicar el mensaje que
estamos llevando. No deben tratar de ocultarlo, ni esconder su origen
y propósito. Sus defensores deben ser hombres que no guarden silen-
cio ni de día ni de noche. Puesto que hemos hecho solemnes votos
ante Dios y hemos sido comisionados como mensajeros de Cristo,
como administradores de la gracia de Dios, tenemos la obligación
de declarar fielmente todo el consejo del Señor. No debemos restar
prominencia a las verdades especiales que nos han separado del
mundo y han hecho de nosotros lo que somos, porque están llenas
de asuntos de interés eterno. Dios nos ha dado luz con respecto a las