Página 408 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han
de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas
las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció
la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la
mente de Cristo”.
Leed también el tercer capítulo de ese libro; estudiad esas pala-
bras y orad mientras lo hacéis. Como pueblo, nuestra fe y nuestros
procedimientos necesitan ser fortalecidos por el Espíritu Santo. No
debiera ejercerse ningún tipo de poderío que obligue a los hombres a
obedecer los dictados de una mente finita. “Dejaos del hombre, cuyo
aliento está en su nariz”, ordena el Señor. Al desviar las mentes de
los hombres para que se apoyen en la sabiduría humana, ponemos
un velo entre Dios y el hombre, de manera que no haya una visión
del Invisible.
En nuestra experiencia individual debemos ser enseñados por
Dios. Cuando lo busquemos con corazón sincero, le confesaremos
nuestros defectos de carácter; y él ha prometido recibir a todos los
que acudan a él en actitud de humilde dependencia. El que se somete
a los requerimientos de Dios, gozará de la permanente presencia de
Cristo, y esa compañía será para él sumamente preciosa. Al hacer
suya la sabiduría divina, huirá de la corrupción que hay en el mundo
a causa de la concupiscencia. Día tras día aprenderá más plenamente
cómo llevar sus debilidades a Aquel que ha prometido ser pronto
auxilio en todo momento de necesidad.
Este mensaje está destinado a nuestras iglesias en todo lugar.
En la falsa experiencia que se ha estado introduciendo, opera una
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decidida influencia tendiente a exaltar los instrumentos humanos y a
inducir a algunos a depender del juicio de los hombres y a responder
al dominio de sus mentes. Esta influencia está apartando la mente
de Dios. No permita el Señor que una experiencia semejante se
profundice y progrese en las filas de los adventistas del séptimo día.
Nuestras peticiones deben ascender por encima del hombre falible:
Deben llegar hasta Dios. El Señor no se limita a un solo lugar o a
una sola persona. Observa desde el cielo a los hijos de los hombres;
ve sus perplejidades y está familiarizado con las circunstancias de
toda situación de la vida. Conoce la tarea que él mismo lleva a cabo