Página 41 - Testimonios para los Ministros (1979)

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La iglesia de Cristo
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dividido. Un tema a la vez era objeto de investigación. Las Escrituras
se abrían con reverente temor. A menudo ayunábamos, a fin de estar
mejor preparados para entender la verdad. Después de fervientes
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plegarias, si algún punto no se entendía, era objeto de discusión,
y cada uno expresaba su opinión con libertad; entonces solíamos
arrodillarnos de nuevo en oración, y ascendían fervientes súplicas al
cielo para que Dios nos ayudara a estar completamente de acuerdo,
para que pudiéramos ser uno como Cristo y el Padre son uno. Muchas
lágrimas eran derramadas.
Pasamos muchas horas de esta manera. A veces pasábamos la
noche entera en solemne investigación de las Escrituras, a fin de
poder entender la verdad para nuestro tiempo. En tales ocasiones el
Espíritu de Dios solía venir sobre mí, y las porciones difíciles eran
aclaradas por el medio señalado por Dios, y entonces había perfecta
armonía. Eramos todos de una misma mente y de un mismo espíritu.
Poníamos especial cuidado en que los textos no fueran torcidos
para acomodarse a las opiniones de hombre alguno. Tratábamos de
hacer que nuestras diferencias fueran tan leves como fuera posible,
no espaciándonos en puntos de menor importancia sobre los cuales
hubiera opiniones variadas. Pero la preocupación de toda alma era
producir entre los hermanos una condición que fuera una respuesta
a la oración de Cristo de que sus discípulos fuesen uno como él y el
Padre son uno.
A veces uno o dos de los hermanos se empecinaban contra el
punto de vista presentado, dando rienda suelta a los sentimientos
naturales del corazón; pero cuando aparecía esta disposición, suspen-
díamos las investigaciones y postergábamos nuestra reunión, para
que cada uno pudiera tener la oportunidad de ir a Dios en oración, y,
sin conversación con otros, estudiara el punto de diferencia, pidiendo
luz del cielo. Con expresiones de amistad nos separábamos, para
reunirnos de nuevo tan pronto como fuera posible a fin de proseguir
con la investigación. A veces el poder de Dios venía sobre nosotros
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en una forma señalada, y cuando una luz clara revelaba los puntos
de la verdad, juntos llorábamos y nos regocijábamos. Amábamos a
Jesús; y nos amábamos los unos a los otros.
Poco a poco fuimos aumentando en número. La semilla sembra-
da fue regada por Dios, y él dio el crecimiento. Al comienzo nos
reuníamos para el culto, y presentábamos la verdad a aquellos que