Página 417 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Principios vitales acerca de nuestras relaciones mutuas
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a los hombres bajo el dominio de los hombres; y entonces el fraude
y el engaño asumirán la semejanza del celo por la verdad y por el
progreso del reino de Dios...
“El Señor no apoyará ninguna estratagema por medio de la cual
el hombre pueda regir u oprimir en lo más mínimo a sus semejantes.
La única esperanza de los hombres caídos consiste en mirar a Jesús
y recibirlo como el único Salvador. Tan pronto como el hombre
comienza a forjar una regla de hierro para sus semejantes, tan pronto
como comienza a enjaezar y a guiar a los hombres según su propia
opinión, deshonra a Dios, y pone en peligro su propia alma y la de
sus hermanos. El hombre pecador puede hallar esperanza y justicia
solamente en Dios; y ningún ser humano sigue siendo justo cuando
deja de tener fe en Dios y no mantiene una relación vital con él. La
flor del campo debe estar arraigada en el suelo; debe tener aire, rocío,
lluvia y sol. Florecerá solamente si recibe esos beneficios, y todos
proceden de Dios. Así ocurre también con los hombres. Recibimos
de Dios lo que sostiene la vida del alma. Se nos amonesta a no
confiar en el hombre, ni hacer de la carne nuestro brazo”.
Lo que antecede se publicó en
Special Testimonies to Ministers
and Workers
, N
o
9.
En 1903 escribí al presidente de una asociación lo siguiente:
“Por medio de un solo agente, Cristo Jesús, Dios ha vinculado
misteriosamente a todos los hombres entre sí. A cada hombre le
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ha asignado algún tipo especial de servicio; y debemos ser rápidos
para comprender que hemos de guardarnos de abandonar la obra
que nos ha sido asignada para estorbar a otros agentes humanos
que están haciendo una obra que no es precisamente la nuestra. A
nadie se le ha asignado la tarea de interferir en la obra de uno de sus
colaboradores, para tratar de hacerla él mismo, porque la manejaría
de tal manera que la echaría a perder. Dios le da a cada uno una
tarea diferente de la de otro.
“Recordemos todos que no estamos tratando con hombres idea-
les, sino con hombres reales elegidos por Dios, hombres precisamen-
te semejantes a nosotros, hombres que caen en los mismos errores
en que caemos nosotros, hombres de ambiciones y debilidades se-
mejantes a las nuestras. A nadie se le ha pedido que sea amo, para
que gobierne la mente y la conciencia de sus semejantes. Seamos