Página 422 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
servicio a Dios, debemos comprender individualmente que somos
parte de un gran todo. Debemos pedir sabiduría al Señor, y aprender
qué significa manifestar un espíritu paciente y vigilante, y acudir a
nuestro Salvador cuando estamos cansados y deprimidos.
Es un error apartarnos de los que no concuerdan con nuestras
ideas. Esta actitud no inspirará a nuestros hermanos a tener confianza
en nuestro juicio. Tenemos el deber de consultarlos y escuchar su
consejo. Tenemos que pedirles consejo, y cuando lo den, no debemos
desecharlo como si proviniera de enemigos. A menos que humille-
mos nuestros corazones ante Dios, no conoceremos su voluntad.
Decidámonos a marchar unidos con nuestros hermanos. Dios
nos ha impuesto este deber. Alegraremos sus corazones al seguir su
consejo, y nos fortaleceremos gracias a la influencia que recibiremos.
Además, si creemos que no necesitamos el consejo de nuestros
hermanos, cerraremos la puerta a nuestra posibilidad de aconsejarlos.
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Quisiera transmitir a cada iglesia este mensaje: El hombre no
debe exaltar su propio juicio. La mansedumbre y la humildad de
corazón inducirán a los hombres a desear recibir consejo a cada
paso. Y el Señor dirá: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí”. Tenemos el privilegio de aprender de Jesús. Pero cuando
los hombres llenos de confianza propia piensan que su obra consiste
en dar consejo en lugar de desear recibir el de sus hermanos de
experiencia, van a escuchar voces que los conducirán por senderos
extraños.
Los ángeles de Dios están en nuestro mundo y los agentes satáni-
cos también. Se me ha permitido ver la inclinación que tienen ciertas
personas a seguir sus propios fuertes rasgos de carácter. Si rehúsan
ponerse en el yugo junto con otros que han tenido vasta experiencia
en la obra, la confianza propia los enceguecerá y no distinguirán lo
falso de lo verdadero. No es conveniente que tales personas ocupen
cargos directivos, pues van a seguir su propio juicio y sus planes.
Los que aceptan las amonestaciones y advertencias que se les
dan, andarán por caminos seguros. No cedan los hombres al anhelo
de llegar a ser grandes dirigentes, o al deseo de trazar planes in-
dependientes para sí mismos y para la obra de Dios. Es fácil para
el enemigo actuar por medio de algunos que, a pesar de que ellos
mismos necesitan consejo a cada paso, asumen la tarea de custo-
diar las almas sin haber adquirido la humildad de Cristo. Necesitan