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Testimonios para los Ministros
la elevación de las facultades, la voluntad y las energías del alma
que claman con sinceridad: “Creo, ayuda mi incredulidad”.
Me regocijo por las brillantes perspectivas del futuro y otro tanto
puede hacer usted. Tenga ánimo y alabe al Señor por su misericordia.
Confíele todo lo que no puede entender. El lo ama y se compadece de
todas sus debilidades. El “nos bendijo con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo”. No puede satisfacer el corazón
del Infinito dar a los que aman a su Hijo una bendición menor que
la que le da a él.
Satanás trata de apartar nuestra mente del poderoso Ayudador,
para inducirnos a pensar en la degeneración de nuestra alma. Pero
aunque Jesús ve la culpa del pasado, pronuncia palabras de perdón,
y no debemos deshonrarlo dudando de su amor. El sentimiento de
culpa debe quedar al pie de la cruz; si no lo hacemos, envenenará las
fuentes de la vida. Cuando Satanás profiera sus amenazas, apártese
de ellas y consuele su alma con las promesas de Dios. La nube
puede ser oscura, pero cuando la llena la luz del cielo, refulge con el
resplandor del oro, porque la gloria de Dios descansa sobre ella.
Los hijos de Dios no deben estar sujetos a los sentimientos y las
emociones. Cuando vacilan entre la esperanza y el temor, hieren el
corazón de Cristo, porque les ha dado pruebas evidentes de su amor.
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Quiere que se afirmen, fortalezcan y cimenten en la santísima fe.
Quiere que hagan la obra que les ha confiado; entonces sus corazones
serán como arpas sagradas en las manos divinas, cada una de cuyas
cuerdas emitirá alabanza y acción de gracias a Aquel que Dios ha
enviado para quitar los pecados del mundo.
El amor de Cristo por sus hijos es a la vez tierno y firme. Y es más
fuerte que la muerte, porque murió para obtener nuestra salvación y
para unirnos con él, mística y eternamente. Tan fuerte es su amor que
maneja todos sus poderes y emplea los vastos recursos del cielo para
beneficiar a su pueblo. En él no hay mudanza ni sombra de variación:
es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Aunque el pecado ha existido
por siglos, y ha tratado de contrarrestar ese amor e impedir que se
derrame sobre la tierra, sigue fluyendo en raudales abundantes hacia
aquellos por los cuales Cristo murió.
Dios ama a los ángeles impolutos que están a su servicio y
obedecen sus mandatos; pero no les concede gracia: nunca la han
necesitado, porque nunca pecaron. La gracia es un don otorgado a