Página 49 - Testimonios para los Ministros (1979)

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La iglesia de Cristo
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apiñaban a su paso, también tenía alguna luz e instrucción especiales
para impartir a sus seguidores que él no impartió a la gran congrega-
ción, ya que no habría sido entendida y apreciada por ella. Envió a
sus discípulos a predicar, y cuando regresaron de su primera labor
misionera y tenían variadas experiencias para relatar concernientes a
su éxito en la predicación del Evangelio del reino de Dios, él les dijo:
“Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco”. En
un lugar recluido Jesús impartió a sus seguidores la clase de instruc-
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ciones, consejos, palabras de cautela y de corrección que él vio que
necesitaban en sus métodos de trabajo; pero las instrucciones que
les dio a ellos no habían de circular entre la compañía promiscua,
porque estaban destinadas solamente a sus discípulos.
En repetidas oportunidades, cuando el Señor realizó milagros
de sanidad, encargó a las personas a quienes había beneficiado que
no contaran a nadie lo que había hecho. Ellas debían acatar su
orden dándose cuenta de que Cristo no les pediría silencio por una
razón baladí, sino que había un motivo que justificaba su orden, y de
ninguna manera debían hacer caso omiso de su expreso deseo. Debía
haber sido suficiente para ellos saber que él deseaba que guardaran
el secreto y que tenía buenas razones para formular su pedido. El
Señor sabía que al sanar a los enfermos, al obrar milagros para
devolver la vista a los ciegos y para limpiar a los leprosos estaba
poniendo en peligro su propia vida; pues como los sacerdotes y
príncipes no quisieron reconocer las evidencias que él les diera de su
divina misión, lo interpretarían erróneamente, falsearían sus motivos
y harían acusaciones contra él. Es cierto que hizo muchos milagros
en forma abierta, sin embargo, en algunos casos solicitó que aquellos
a quienes había beneficiado no dijeran a nadie lo que había hecho por
ellos. Cuando se levantó el prejuicio, cuando se acariciaron envidia
y celos y se lo asechaba a cada paso, abandonó las ciudades, y fue
en busca de aquellos que escucharían y apreciarían la verdad que
vino a impartir.
El Señor Jesús consideró necesario aclarar a sus discípulos mu-
chas cosas que no explicó a las multitudes. Les reveló claramente la
razón del odio manifestado hacia él por los escribas, los fariseos y sa-
cerdotes, y les habló de su sufrimiento, su traición y muerte; pero no
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explicó al mundo esos temas con tanta claridad. Tenía advertencias
que dar a sus seguidores, y les reveló los dolorosos acontecimientos