Página 74 - Testimonios para los Ministros (1979)

Basic HTML Version

70
Testimonios para los Ministros
Testigos de la cruz
Después del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos,
revestidos de la panoplia divina, salieron como testigos a contar la
maravillosa historia del pesebre y la cruz. Eran hombres humildes,
pero salieron con la verdad. Después de la muerte de su Señor
eran un grupo desvalido, chasqueado y desanimado, como ovejas
sin pastor; pero ahora salen como testigos de la verdad, sin otras
armas que la Palabra y el Espíritu de Dios, para triunfar sobre toda
[67]
oposición.
Su Salvador había sido rechazado, condenado y clavado en una
cruz ignominiosa. Los sacerdotes y gobernantes judíos habían de-
clarado en son de burla: “A otros salvó, a sí mismo no se puede
salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos
en él”. Pero esa cruz, ese instrumento de vergüenza y tortura, trajo
esperanza y salvación al mundo. Los creyentes volvieron a estrechar
filas; su desesperanza y su consciente sentimiento de desvalidez
habían desaparecido. Fueron transformados en carácter y unidos con
los lazos del amor cristiano. Aunque carecían de riquezas, aunque
eran reputados por el mundo como meros pescadores ignorantes,
fueron hechos, por el Espíritu Santo, testigos de Cristo. Sin honores
o reconocimiento terrenal, eran los héroes de la fe. De sus labios
salieron palabras de divina elocuencia y poder que conmovieron al
mundo.
El tercero, cuarto y quinto capítulos de los Hechos presentan un
relato de su testimonio. Aquellos que habían rechazado y crucificado
al Salvador esperaban hallar a sus discípulos desanimados, cabiz-
bajos, y listos para repudiar a su Señor. Asombrados escucharon el
claro y valeroso testimonio dado bajo el poder del Espíritu Santo.
Las palabras y obras de los discípulos reeditaban las palabras y obras
de su Maestro; y todos los que los oían, decían: Han aprendido de
Jesús, hablan como él habló. “Y con gran poder los apóstoles daban
testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia
era sobre todos ellos”.
Los príncipes de los sacerdotes y gobernantes se creyeron com-
petentes para decidir lo que los apóstoles debían hacer y enseñar. Al
ir éstos predicando a Jesús por doquiera, los hombres que estaban
dirigidos por el Espíritu Santo hacían muchas cosas que los judíos