Página 77 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Amonestaciones fieles y fervientes
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tros no daréis publicidad a vuestras opiniones, porque yo no creo en
ellas. Ese pasmoso “yo” puede intentar derribar la enseñanza del Es-
píritu Santo. Los hombres pueden por un tiempo intentar aplastarla
y matarla; pero esto no convertirá el error en verdad o la verdad en
error. Las mentes inventivas de los hombres han adelantado opinio-
nes especulativas acerca de diferentes temas, y cuando el Espíritu
Santo permite que la luz brille en las mentes humanas, no respeta
cada detalle de la forma en que el hombre aplica la Palabra. Dios
impresionó a sus siervos a hablar la verdad al margen de lo que los
hombres habían dado por sentado como verdad.
Peligros actuales
Aun los adventistas del séptimo día están en peligro de cerrar sus
ojos a la verdad tal como es en Jesús porque contradice algo que han
dado por sentado como verdad pero que, según lo enseña el Espíritu
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Santo, no es verdad. Sean todos muy humildes y esfuércense al
máximo para descartar el yo y exaltar a Jesús. En la mayor parte de
las controversias religiosas, el problema consiste en que el yo quiere
tener la supremacía. ¿En qué? En asuntos que no son en absoluto
puntos vitales, pero que se los considera así sólo porque los hombres
les han dado importancia. Véanse
Mateo 12:31-37
;
Marcos 14:56
;
Lucas 5:21
;
Mateo 9:3
.
Pero sigamos la historia de los hombres a quienes los sacerdotes
y los príncipes creyeron tan peligrosos, porque presentaban una en-
señanza nueva y extraña sobre casi cada tema teológico. La orden
dada por el Espíritu: “Id, y puestos de pie en el templo, anunciad
al pueblo todas las palabras de esta vida”, fue obedecida por los
apóstoles; “entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre
tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y con-
vocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y
enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. Pero como llegaron
los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron, y
dieron aviso, diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada
con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas,
mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas
palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los
principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello. Pero