Página 94 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
perdido de vista a Jesús. Necesitaban dirigir sus ojos a su divina
persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana.
Todo el poder es colocado en sus manos, y él puede dispensar ricos
dones a los hombres, impartiendo el inapreciable don de su propia
justicia al desvalido agente humano. Este es el mensaje que Dios
ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que
ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante
derramamiento de su Espíritu.
El exaltado Salvador ha de aparecer en su obra eficaz como el
Cordero inmolado, sentado en el trono, para dispensar las inaprecia-
bles bendiciones del pacto, los beneficios que pagó con su vida en
favor de toda alma que había de creer en él. Juan no pudo expresar
ese amor en palabras porque era demasiado profundo, demasiado
ancho, e invitó a la familia humana a contemplarlo. Cristo está inter-
cediendo por la iglesia en los atrios celestiales, abogando en favor
de aquellos por quienes pagó el precio de la redención con su propia
sangre. Los siglos y las edades nunca podrán aminorar la eficacia
de este sacrificio expiatorio. El mensaje del Evangelio de su gracia
tenía que ser dado a la iglesia con contornos claros y distintos, para
que el mundo no siguiera afirmando que los adventistas del séptimo
día hablan mucho de la ley, pero no predican a Cristo, ni creen en él.
La eficacia de la sangre de Cristo tenía que ser presentada al
pueblo con poder renovado, para que su fe pudiera echar mano de
los méritos de esa sangre. Así como el sumo sacerdote asperjaba la
sangre caliente sobre el propiciatorio, mientras la fragante nube de
incienso ascendía delante de Dios, de la misma manera, mientras
confesamos nuestros pecados e invocamos la eficacia de la sangre
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expiatoria de Cristo, nuestras oraciones han de ascender al cielo, con
la fragancia de los méritos del carácter de nuestro Salvador. A pesar
de nuestra indignidad, siempre hemos de tener en cuenta que hay
Uno que puede quitar el pecado y salvar al pecador. Cristo quitará
todo pecado reconocido delante de Dios con corazón contrito. Esta
creencia es la vida de la iglesia. Así como la serpiente fue levantada
por Moisés en el desierto, y se pedía a todos los que habían sido
mordidos por las serpientes ardientes que miraran para vivir, también
el Hijo del Hombre debía ser levantado, para que “todo aquel que en
él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.