Página 96 - Testimonios para los Ministros (1979)

Basic HTML Version

92
Testimonios para los Ministros
envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación
por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos
también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a
Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y
su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que
permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su
Espíritu”.
[95]
El mensaje de Dios para el tiempo presente
Esta es precisamente la obra que el Señor ha dispuesto que el
mensaje que él ha dado a sus siervos realice en la mente y en el
corazón de todo agente humano. Es la vida perpetua de la iglesia
el que sus miembros amen a Dios en forma suprema, y amen a los
demás como se aman a sí mismos. Había sólo poco amor a Dios o
al hombre, y Dios dio a sus mensajeros precisamente lo que nuestro
pueblo necesitaba. Los que recibieron el mensaje fueron grandemen-
te bendecidos, porque vieron los brillantes rayos del Sol de justicia,
y surgieron vida y esperanza en sus corazones. Contemplaban a
Cristo. “No temas—es la eterna seguridad que nos da—: Yo soy...
el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos
de los siglos”. “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Los
creyentes aplican la sangre del inmaculado Cordero de Dios a su
propio corazón. Mirando al gran Antitipo, podemos decir: “Cristo
es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además
está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. El
Sol de justicia brilla en nuestros corazones para dar el conocimiento
de la gloria de Jesucristo. Acerca de la función del Espíritu Santo, el
Señor dice: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará
saber”. El salmista ofrece esta oración: “Purifícame con hisopo, y
seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve... Crea en mí,
oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de
mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación, y el espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los trangresores tus caminos, y los pecadores
se convertirán a ti”.