Página 115 - La Temperancia (1976)

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La conversión, el secreto de la victoria
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Sólo la obediencia perfecta puede satisfacer el ideal que Dios
requiere. Dios no dejó indefinidas sus demandas. No prescribió nada
que no sea necesario para poner al hombre en armonía con él. Hemos
de enseñar a los pecadores el ideal de Dios en lo que respecta al
carácter, y conducirlos a Cristo, cuya gracia es el único medio de
alcanzar ese ideal.
La victoria asegurada mediante la impecable vida de Cris-
to
—El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió
una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza
de la naturaleza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos
“participantes de la naturaleza divina”, y su vida es una afirmación
de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca.
El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él tam-
bién vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones
de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para
obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja algu-
na. A cada tentación Cristo contestaba: “Escrito está”. A nosotros
también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal.
Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que sea-
mos “hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido
de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia”.
2 Pedro
1:4
.
Encareced al tentado que no mire a las circunstancias, a su propia
flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al poder de la Palabra
[96]
de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. “En mi corazón—dice el
salmista—he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. “Por la
palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor”.
Salmos 119:11
;
17:4
.
Unidos con Cristo mediante la oración
—Dirigid a la gente
palabras de aliento; elevadla hasta Dios en oración. Muchos ven-
cidos por la tentación se sienten humillados por sus caídas, y les
parece inútil acercarse a Dios; pero este pensamiento es del enemigo.
Cuando han pecado y se sienten incapaces de orar, decidles que es
entonces cuando deben orar. Bien pueden estar avergonzados y pro-
fundamente humillados; pero cuando confiesen sus pecados, Aquel
que es fiel y justo se los perdonará y los limpiará de toda iniquidad.
No hay nada al parecer tan débil, y no obstante tan invencible,
como el alma que siente su insignificancia y confia por completo