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La Temperancia
sé varón”.
1 Reyes 2:2
. A todo hijo de la humanidad, candidato a
inmortal corona, van dirigidas estas palabras inspiradas: “Esfuérzate,
y sé varón”.
A los que ceden a sus apetitos se les ha de inducir a ver y reco-
nocer que necesitan renovarse moralmente si quieren ser hombres.
Dios les manda despertarse y recuperar, por la fuerza de Cristo,
la dignidad humana dada por Dios y sacrificada a la pecaminosa
satisfacción de los apetitos.
El puede: debe resistir el mal
—Al sentir el terrible poder de
la tentación y la fuerza arrebatadora del deseo que le arrastra a
la caída, más de uno grita desesperado: “No puedo resistir al mal”.
Decidle que puede y que debe resistir. Bien puede haber sido vencido
una y otra vez, pero no será siempre así. Carece de fuerza moral,
y le dominan los hábitos de una vida de pecado. Sus promesas y
resoluciones son como cuerdas de arena. El conocimiento de sus
promesas quebrantadas y de sus votos malogrados le debilitan la
confianza en su propia sinceridad, y le hacen creer que Dios no
puede aceptarle ni cooperar con él, pero no tiene por qué desesperar.
Quienes confían en Cristo no han de ser esclavos de tendencias
y hábitos hereditarios o adquiridos. En vez de quedar sujetos a la
naturaleza inferior, han de dominar sus apetitos y pasiones. Dios
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no deja que peleemos contra el mal con nuestras fuerzas limitadas.
Cualesquiera que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado
o cultivado, podemos vencerlas mediante la fuerza que Dios está
pronto a darnos.
El poder de la voluntad
—El tentado necesita comprender la
verdadera fuerza de la voluntad. Ella es el poder gobernante en la
naturaleza del hombre, la facultad de decidir y elegir. Todo depende
de la acción correcta de la voluntad. El desear lo bueno y lo puro es
justo; pero si no hacemos más que desear, de nada sirve. Muchos se
arruinarán mientras esperan y desean vencer sus malas inclinaciones.
No someten su voluntad a Dios. No
escogen
servirle.
Debemos elegir
—Dios nos ha dado la facultad de elección; a no-
sotros nos toca ejercitarla. No podemos cambiar nuestros corazones
ni dirigir nuestros pensamientos, impulsos y afectos. No podemos
hacernos puros, propios para el servicio de Dios. Pero sí podemos
escoger el servir a Dios; podemos entregarle nuestra voluntad, y
entonces él obrará en nosotros el querer y el hacer según su buena