Página 125 - La Temperancia (1976)

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Victoria permanente
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encomendarán responsabilidades en la obra de salvar almas. Saben
dónde reside su propia flaqueza, y se dan cuenta de la depravación de
su naturaleza. Conocen la fuerza del pecado y el poder de un hábito
vicioso. Comprenden que son incapaces de vencer sin la ayuda de
Cristo, y su clamor continuo es: “A ti confío mi alma desvalida”.
Estos pueden auxiliar a otros. Quien ha sido tentado y probado,
cuya esperanza casi se desvaneció, pero fue salvado por haber oído
el mensaje de amor, puede entender la ciencia de salvar almas. Aquel
cuyo corazón está lleno de amor por Cristo porque el Salvador le
buscó y le devolvió al redil, sabe buscar al perdido. Puede encaminar
a los pecadores hacia el Cordero de Dios. Se ha entregado incon-
dicionalmente a Dios, y ha sido aceptado en el Amado. La mano
que el débil había alargado en demanda de auxilio fue asida. Por
el ministerio de tales personas, muchos hijos pródigos volverán al
Padre.—
El Ministerio de Curación, 132-134
.
Se ayuda a sí mismo el que ayuda a los demás
—Puede llegar
a ser hijo de Dios uno que está debilitado y hasta degradado por la
complacencia pecaminosa. Está en su poder el hacer continuamente
bien a los demás al ayudarlos a vencer la tentación; al hacerlo se
estará beneficiando a sí mismo. Puede ser una luz clara y brillante
en el mundo, y al fin oír la bendición: “Bien hecho, buen siervo y
fiel”, de los labios del Rey de gloria.—
Christian Temperance and
Bible Hygiene, 149
.
La temperancia presentada desde el punto de vista del cris-
tiano
—En Australia me encontré con un hombre que era conside-
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rado libre de toda clase de intemperancia, excepto por un hábito.
Fumaba. Vino a escucharnos a la carpa, y vuelto a casa una noche,
según nos contó después, luchó contra el hábito del tabaco y obtuvo
la victoria. Algunos de sus familiares le habían dicho que le darían
cincuenta libras esterlinas si renunciaba a su tabaco, pero él no había
querido hacerlo. “Pero”, dijo, “cuando Uds. presentan los principios
de la temperancia ante nosotros como lo han hecho, no puedo resis-
tirlos. Uds. presentan ante nosotros la abnegación de Alguien que
dio su vida por nosotros. No lo conozco ahora, pero deseo conocerlo.
Nunca ofrecí una oración en mi casa. He descartado mi tabaco, pero
esto es todo lo que he hecho”.
Oramos con él, y después de ausentarnos le escribimos, y más
tarde lo visitamos de nuevo. Finalmente llegó el momento en que se