Capítulo 3—Temperancia y espiritualidad
La rendición a Satanás
—Al rendirse a las tentaciones de Sa-
tanás a dejarse dominar por la intemperancia, el hombre pone las
facultades superiores en sujeción a los apetitos y pasiones animales,
y cuando éstas ganan ascendencia, el ser humano, que ha sido creado
un poco menor que los ángeles, con facultades susceptibles del más
alto cultivo, se somete al dominio de Satanás. Y él gana fácil acceso
a los que son esclavos del apetito. Mediante la intemperancia algu-
nos sacrifican la mitad, otros dos tercios de sus facultades físicas,
mentales y morales y llegan a ser juguetes del enemigo.
Los que deberían tener mentes claras para discernir los engaños
de Satanás tienen que poner sus apetitos físicos bajo el dominio de
la razón y la conciencia. La acción moral vigorosa de las facultades
superiores de la mente es esencial para la perfección del carácter
cristiano, y la fuerza o la debilidad de la mente tiene muchísimo
que ver con nuestra utilidad en este mundo y con nuestra salvación
final. La ignorancia que ha prevalecido respecto a la ley de Dios
concerniente a nuestra naturaleza física, es deplorable. La intempe-
rancia de cualquier clase es una violación de las leyes de nuestro
ser. La imbecilidad prevalece en gran medida. Se hace atractivo el
pecado cubriéndolo de la luz que Satanás arroja sobre él, y se siente
muy complacido cuando puede mantener al mundo cristiano en sus
hábitos diarios bajo la tiranía de la costumbre, como los paganos, y
permitir que el apetito los gobierne.
La fortaleza del cuerpo y la del intelecto sacrificadas
—Si los
hombres y las mujeres inteligentes tienen sus facultades morales
embotadas por la intemperancia de cualquier clase, están, en muchos
de sus hábitos, sólo un poco más arriba que los paganos. Satanás
está constantemente arrastrando a la gente de la luz salvadora a la
costumbre y a la moda que no respeta la salud física, mental y moral.
El gran enemigo sabe que si domina el apetito y la pasión, la salud del
cuerpo y la fortaleza del intelecto son sacrificadas sobre el altar de la
complacencia propia, y el hombre es llevado a una rápida ruina. Si el
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