Página 161 - La Temperancia (1976)

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El ejemplo de Daniel
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Daniel no dudó por mucho tiempo. Decidió permanecer firme en
su integridad, cualquiera fuera el resultado. “Propuso en su corazón
de no contaminarse en la ración de la comida del rey, ni en el vino
de su beber”.
Daniel 1:8
.
Ni estrecho, ni fanático
—Hay muchos entre los profesos cris-
tianos hoy que considerarían a Daniel demasiado exigente, y lo
clasificarían como estrecho o fanático. Ellos consideran el asunto de
comer y beber como de poca consecuencia para exigir una norma tan
decidida, que envolvía el probable sacrificio de toda ventaja terrenal.
Pero aquellos que razonan así encontrarán en el día del juicio que
se han apartado de los expresos mandatos de Dios, y establecido su
propia opinión como una norma de lo correcto e incorrecto. Encon-
trarán que lo que les parecía de poca importancia no era considerado
así por Dios. Los requerimientos divinos deben ser sagradamente
obedecidos. Los que aceptan y obedecen uno de los preceptos de
Dios porque es conveniente hacerlo, mientras que rechazan otro
porque su observancia requeriría sacrificio, bajan la norma de la
justicia, y por su ejemplo inducen a otros a considerar livianamente
la santa ley de Dios. El “así ha dicho el Señor” ha de ser nuestra
regla en todas las cosas.
Un carácter intachable
—Daniel estaba sujeto a las más severas
tentaciones que pueden asaltar a los jóvenes de hoy en día; sin em-
bargo era fiel a la instrucción religiosa recibida en los primeros años.
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Se hallaba rodeado por influencias calculadas para trastornar a los
que vacilasen entre los principios y las inclinaciones; sin embargo,
la Palabra de Dios los presenta como un carácter intachable. Daniel
no osó confiar en su propio poder moral. La oración era para él una
necesidad. Hizo de Dios su fortaleza, y el temor del Señor estaba
constantemente delante de él en todas las transacciones de la vida.
Daniel poseía la gracia de la genuina mansedumbre. Era leal,
firme y noble. Trató de vivir en paz con todos, y sin embargo era
imposible de torcer, como el glorioso cedro, dondequiera que hubiera
un principio envuelto. En todo lo que no ofreciera conflicto con su
lealtad a Dios, era respetuoso y obediente hacia aquellos que tenían
autoridad sobre él; pero tenía un concepto tan alto de las exigencias
divinas que los requerimientos de los gobernantes terrenales eran
colocados en un lugar subordinado. Ninguna consideración egoísta
lo inducía a desviarse de su deber.