Página 196 - La Temperancia (1976)

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La Temperancia
terribles amonestaciones y amenazas de la Palabra de Dios no son
suficientemente poderosas para mover el intelecto entorpecido y
despertar la conciencia violada.
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La complacencia del apetito y la pasión afiebra y debilita la
mente, e inhabilita para la educación. Nuestra juventud necesita una
educación fisiológica tanto como otros conocimientos científicos
o literarios. Es importante que ellos comprendan la relación que
su comer y beber, y sus hábitos generales, tienen con la salud y la
vida. A medida que comprendan su propia constitución, sabrán cómo
protegerse contra la debilidad y la enfermedad. Con una constitución
sólida hay esperanza de lograr casi cualquier cosa. La benevolencia,
el amor y la piedad pueden cultivarse. Una falta de vigor físico
se manifestará en las facultades morales debilitadas. El apóstol
dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo
que lo obedezcáis en sus concupiscencias”.—
The Health Reformer,
diciembre de 1872
.
Esto le atañe a uno
—Deberíais estudiar la temperancia en todas
las cosas. Deberíais estudiarla en lo que coméis y en lo que bebéis.
Y sin embargo decís: “A nadie le importa lo que como, o lo que
bebo, o lo que pongo sobre mi mesa”. Esto le atañe a uno, a menos
que toméis a vuestros hijos y los encerréis, o entren en el desierto
donde vosotros no seréis una carga sobre otros, y donde vuestros
indóciles y viciosos hijos no corromperán la sociedad en la cual
ellos se mezclen.—
Testimonies for the Church 2:362
.
Enseñad a vuestros hijos independencia moral
—Los padres
debieran enseñar a sus hijos a tener independencia moral, no a seguir
el impulso y la inclinación, sino a ejercer sus facultades de razona-
miento y actuar por principio. Que las madres pregunten, no por la
última moda, sino por el camino del deber y la utilidad, y dirijan
en esto los pasos de sus hijos. Los hábitos sencillos, la moral pura
y una noble independencia en la debida dirección, serán de más
valor a la juventud que los dones del genio, las dotes del saber, o el
lustre externo que el mundo pueda darles. Enseñad a vuestros hijos
a caminar en las sendas de justicia, y ellos a su vez conducirán a
otros en el mismo camino. Así podréis ver al final que vuestra vida
no ha sido en vano, pues habéis sido instrumentos en traer precioso
fruto al granero de Dios.—
The Review and Herald, 6 de noviembre
de 1883
.