Página 215 - La Temperancia (1976)

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La firma de la promesa
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Extendió el mismo papel al Hno. B, quien lo tomó, lo miró
cuidadosamente y dijo: “Yo soy de la misma opinión que el Hno. A.
A veces siento la necesidad de algo que me estimule cuando estoy
débil y nervioso, y no deseo comprometerme a que bajo ninguna
circunstancia usaré vino o licores”.
Había una mirada triste, penosa en su rostro. Pasó el papel a
otros. Hubo unos veinte o treinta que siguieron el ejemplo de los
Hnos. A. y B. Volvió a los primeros dos, les extendió el papel, y dijo
con firmeza y decisión, aunque en tono bajo: “Vosotros dos estáis
en el mayor peligro de ser vencidos en cuanto al apetito. La obra
de reforma debe comenzar en vuestra mesa y luego ser llevada a
cabo concienzudamente en todo lugar y bajo cualquier circunstancia.
Vuestro destino eterno depende de la decisión que hagáis ahora.
Ambos tenéis puntos fuertes en vuestro carácter, y sois débiles en
otros. Ved lo que ha hecho vuestra influencia”. Vi los nombres de
todos los que se habían negado a firmar el voto en el reverso del
papel. ...
Nuevamente presentó el papel y dijo en forma autoritaria: “Fir-
mad este papel o renunciad a vuestros cargos. No sólo firmad, sino
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por vuestro honor, llevad a cabo vuestras decisiones. Sed fieles a
vuestros principios. Como mensajero de Dios, vengo hasta vosotros
y os pido vuestros nombres. Ninguno de vosotros ha visto la nece-
sidad de la reforma pro salud, pero cuando las plagas de Dios os
rodeen por todos lados, entonces veréis los principios de la reforma
pro salud y la estricta temperancia en todas las cosas, que sólo la
temperancia es el fundamento de todas las gracias que proceden de
Dios, el fundamento de todas las victorias a ganarse. Si os negáis
a firmar esto, nunca se os dará otra oportunidad. Vosotros dos ne-
cesitáis humillar y ablandar vuestro espíritu, que la misericordia, la
tierna compasión y la respetuosa ternura tomen el lugar de la rudeza
y la aspereza. La voluntad firme y decidida para realizar vuestras
ideas a cualquier costo”. ...
Vi cómo, con manos temblorosas, cada uno daba su nombre y
los treinta firmaron.
Entonces se dio uno de los discursos más solemnes sobre la tem-
perancia. El que presidía presentó el tema. “Aquí”, decía el orador,
“está el apetito creado debido al amor por la bebida alcohólica. El
apetito y la pasión son las señales predominantes de la época. El