Página 293 - La Temperancia (1976)

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Un discurso sobre temperancia—1891
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Beber moderadamente es una escuela en la cual los hombres se
educan para la carrera de los ebrios. Tan gradualmente los aparta
Satanás de los baluartes de la temperancia, tan insidiosamente el
vino y la sidra ejercen su influencia sobre el gusto, que se entra en
la senda de la ebriedad sin advertirlo. Se cultiva el gusto por los
estimulantes; se desajusta el sistema nervioso; Satanás mantiene
la mente en una inquietud febril; y la pobre víctima imaginándose
perfectamente segura, prosigue más y más, hasta que se derriba toda
barrera y se sacrifica todo principio. Se minan las resoluciones más
fuertes y los intereses eternos son demasiado débiles para mantener
el apetito pervertido bajo el dominio de la razón. Algunos a la verdad
nunca están ebrios pero siempre están bajo la influencia de bebidas
suaves. Su mente es febril e inestable, no caen en un verdadero
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delirio, pero son realmente desequilibrados pues están pervertidas
las facultades más nobles de la mente.
También el tabaco
—También los que usan tabaco están debi-
litando sus facultades físicas y mentales. El uso de tabaco no se
funda en la naturaleza. La naturaleza se rebela contra él y cuando
el fumador trata primero de forzar ese hábito antinatural sobre su
organismo, se riñe una dura batalla. El estómago y, ciertamente, todo
el cuerpo se rebelan contra la práctica abominable, pero el culpable
persevera hasta que la naturaleza renuncia a la lucha y el hombre se
convierte en un esclavo del tabaco.
Si la salvación se le ofreciera al hombre en condiciones tan difí-
ciles de soportar, Dios sería considerado como un amo duro. Satanás
es un amo duro y requiere que sus súbditos pasen por pruebas di-
fíciles, y los convierte en esclavos de la pasión y del apetito; pero
Dios es consecuente en todos sus requerimientos y pide de sus hijos
sólo lo que redundará en su felicidad presente y eterna. “Al Señor
tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”. Esta es la orden de Dios y
sin embargo, cuántos, aun de los que profesan ser siervos de Dios,
son adictos al tabaco y lo convierten en su ídolo. Los hombres de-
bieran disfrutar de aire puro, debieran tener buen aliento y debieran
alabar a Dios por sus beneficios, sin embargo están corrompiendo
la atmósfera con el humo de pipas y cigarrillos. Deben pasar por
el suplicio de fumar a fin de estimular los pobres nervios relajados
como una preparación para los deberes del día; pues si no fumaran,
serían irritables e incapaces de controlar sus pensamientos.