Página 294 - La Temperancia (1976)

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La Temperancia
No había fumado
—Como ilustración de la incapacidad del
fumador de dominar sus sentidos cuando le falta el estimulante,
relataré algo que supe. Un hombre de edad que fue una vez mi vecino
inmediato era gran fumador; pero una mañana no había fumado
como lo hacía habitualmente, cuando entré para que me diera un
libro que le había prestado. En vez de entregarme el libro que le
pedía, me dio una brida. En vano me esforcé para hacerle entender
lo que quería; tuve que retirarme sin el libro. Al día siguiente, fui
otra vez y le hice el mismo pedido, y él inmediatamente me dio
el libro. Entonces le pregunté por qué no me lo había dado el día
anterior. Dijo: “¡Cómo! ¿Estuvo Ud. aquí ayer? No me acuerdo.
Oh, ya sé lo que pasó. ¡No había fumado!” Tal era el efecto sobre
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su mente cuando no usaba el estimulante. Su médico le dijo que
debía abandonar esa práctica, o no viviría. Ciertamente la abandonó,
pero de allí en adelante siempre sufrió por la falta de su estimulante
acostumbrado; tuvo que luchar una batalla continua.
A los noventa años de edad, un día estaba buscando algo. Cuando
se le preguntó qué quería, contestó: “Estaba buscando mi tabaco”.
Sufría sin él, y sin embargo continuar su uso significaba muerte para
él.
Un camino de liberación
—Dios requiere que sus hijos se abs-
tengan siempre de tales hábitos antinaturales y desastrosos. Pero,
cuando los hombres están atados por esas cadenas, ¿no hay camino
de liberación? Sí, el Señor Jesús ha muerto para que, por los méritos
de su vida y muerte, puedan vencer los hombres. Puede también
salvar hasta lo sumo a los que se allegan a Dios por su intermedio.
Vino a la tierra para que pudiera combinar el poder divino con el
esfuerzo humano y, cooperando con Cristo, colocando la voluntad
del lado de Dios, el esclavo puede llegar a ser libre, heredero de Dios
y coheredero con Cristo.
La sensibilidad moral se nubla con el vino
—En los días de Is-
rael, cuando fue instituido el servicio del santuario, el Señor ordenó
que sólo se debía usar fuego sagrado cuando se quemara incienso.
El fuego sagrado fue encendido por Dios mismo, y el humo fra-
gante representaba las oraciones del pueblo que ascendían delante
de Dios. Nadab y Abiú fueron sacerdotes del santuario, y aunque
no era legítimo usar fuego común, cuando esos sacerdotes fueron
delante de Dios, se atrevieron a encender sus incensarios con fuego