Página 295 - La Temperancia (1976)

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Un discurso sobre temperancia—1891
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sin consagrar. Los sacerdotes se habían estado complaciendo en el
consumo de vino y estaba nublada su sensibilidad moral; no dis-
cernieron el carácter de sus acciones ni comprendieron cuál sería
la terrible consecuencia de su pecado. Un fuego salió llameante del
lugar santísimo y los consumió.
Después de la destrucción de Nadab y Abiú, el Señor habló a
Aarón y le dijo: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra
cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; es-
tatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir
entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para
enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha di-
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cho por medio de Moisés”. Los sacerdotes y jueces de Israel habían
de ser hombres estrictamente temperantes a fin de que sus mentes
fueran claras para discriminar entre los recto y lo erróneo, para que
poseyeran firmeza de principios y sabiduría para administrar justicia
y mostrar misericordia.
Si los hombres fueran estrictamente temperantes
—Cómo
mejoraría nuestro país si se realizaran todos estos requerimientos,
si los hombres que están en puestos sagrados y judiciales vivieran
con cada palabra que procede de la boca de Dios. Dios, que hizo al
hombre, ¿acaso no sabe lo que es mejor para él, qué es más condu-
cente para sus intereses espirituales y eternos? Dios está obrando
para el mayor bien de sus criaturas. Si los hombres fueran estric-
tamente temperantes, no habría ni la décima parte de las muertes
que hay ahora y disminuirían grandemente los sufrimientos físicos y
mentales. Habría muchos menos accidentes en tierra y mar. Debido
a que el hombre procede como le place, en vez de someterse a los
requerimientos de Dios, hay tanto mal en el mundo.
Dios nos ha dado leyes para que vivamos por ellas, pero ahora,
como en los días de Noé, la imaginación del corazón de los hombres
es de continuo solamente el mal; los hombres caminan conforme
a las inclinaciones y maquinaciones de su propio corazón y así se
acarrean su propia ruina. Dios quiere que los hombres se mantengan
en su virilidad de origen divino, libres de la esclavitud del apetito.
¿Cómo pueden confiar los hombres en las decisiones de jurados
que son adictos al licor y al tabaco? Si son llamados a decidir en
casos importantes, cuando están privados de sus estimulantes de
costumbre, no pueden usar la mente en forma correcta, no están en