Página 296 - La Temperancia (1976)

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La Temperancia
condiciones de pronunciar un juicio inteligente; ¿y cuánto valdrán
sus decisiones?
Los que están en puestos de responsabilidad debieran ser tempe-
rantes e íntegros, y especialmente a los que se ha confiado funciones
judiciales debieran ser hombres sobrios que pudieran pronunciar
justicia y no ser desviados por soborno o prejuicio. Pero cuán vas-
tamente diferente es la condición de nuestros asuntos judiciales y
gubernamentales de la que sería posible por la obediencia a las ór-
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denes de Dios. El licor, el tabaco, una conducta relajada, inducen a
los hombres a
tratar
alevosamente con sus prójimos.
Tentaciones por doquiera
—Por doquiera hay tentaciones pa-
ra nuestros jóvenes, tanto como para los de edad madura. Así en
América como en Europa, los lugares de vicio y destrucción son
atrayentes mediante la ejecución de música, de modo que los pies
incautos son entrampados. Se hace todo lo posible para atraer a los
jóvenes a la taberna. ¿Qué se hará para salvar a nuestra juventud?
Cristo realizó un sacrificio infinito, se hizo pobre para que por su
pobreza pudiéramos enriquecernos y tuviéramos una vida que se
mide con la de Dios, ¿y no haremos ningún sacrificio para salvar a
los que van a la ruina en torno de nosotros? ¿Qué estamos haciendo
por la causa de la temperancia para salvar a la juventud de hoy día?
¿Quién se pone del lado de Cristo como colaborador con Dios?
Padres, ¿estáis enseñando a vuestros hijos para que venzan?
¿Estáis procurando dominar la marea de mal que amenaza hundir
nuestra nación? Madres, ¿estáis haciendo vuestra obra como edu-
cadoras? En su niñez, ¿estáis enseñando a vuestros hijos hábitos
de dominio propio y temperancia? No esperéis hasta que la pasión
los retenga con sus lazos de hierro, sino ahora llevadlos a Dios,
enseñadles que Jesús los ama, que el Cielo tiene derecho sobre ellos.
En su juventud, poned sus manos en las manos de Cristo para que
él pueda conducirlos. Madres, despertaos a vuestra responsabilidad
moral, y trabajad por vuestros hijos como quienes deben dar cuenta.
Debemos hacer algo para detener la marea de mal, para que los
niños y jóvenes no sean arrastrados a la perdición. Debemos ser
vencedores y enseñar a nuestros hijos a serlo.
Cristo venció en nuestro lugar
—En el desierto de la tentación,
Cristo pasó por el terreno donde cayó Adán. Comenzó la obra donde
comenzó la ruina, y en lugar de nosotros venció el poder del maligno