Página 41 - La Temperancia (1976)

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Una causa de accidentes
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puesto importante estaba entonces bajo la influencia de la bebida.—
El Ministerio de Curación, 254
.
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Dios considera responsable al bebedor
—Los hombres que es-
tán al mando de los grandes transatlánticos, que tienen el control de
las vías férreas, ¿son personas estrictamente temperantes? ¿Están
libres sus cerebros de la influencia de bebidas embriagantes? Si
no, los accidentes que suceden bajo su manejo les serán imputados
por el Dios del cielo, que es el dueño de hombres y mujeres.—
The
Review and Herald, 1 de mayo de 1900
.
Hombres que tienen grandes responsabilidades en salvaguardar
a sus semejantes de accidentes y daños son a menudo desleales a su
deber. Debido a la complacencia en el tabaco y la bebida, no conser-
van la mente clara y serena como Daniel en la corte de Babilonia.
Ofuscan su cerebro por el uso de drogas estimulantes, y pierden
tempora-riamente sus facultades racionales. Muchos naufragios en
alta mar pueden atribuirse a la bebida.
Una y otra vez ángeles invisibles han protegido a los barcos en el
ancho océano porque a bordo había algún pasajero orando que tenía
fe en el poder protector de Dios. El Señor tiene poder para mantener
en sujeción las olas airadas que están ansiosas de destruir y sepultar
a sus hijos.—
Manuscrito 153, 1902
.
Reprobación del uso de licores
—Necesitamos hombres que,
bajo la inspiración del Espíritu Santo, reprendan los juegos de azar
y el uso de licores, males que tanto abundan en estos últimos días.—
Manuscrito 117, 1907
.
El único camino seguro
—¡Cuántos terribles accidentes ocurren
por causa de la bebida! ... ¿Qué porción de este terrible embriagante
puede tomarse sin atentar contra la vida de seres humanos? Sólo el
que se abstiene estará seguro. Su mente no debe estar confundida por
la bebida. Nada embriagante debe pasar por sus labios. Si proceden
así y ocurre una desgracia, los que ocupan puestos de responsabilidad
podrán hacer lo mejor y contemplar satisfechos su foja de servicios,
sea cual fuere el desenlace.—
The Review and Herald, 29 de mayo
de 1894
.