Página 55 - La Temperancia (1976)

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El alcohol y las personas de responsabilidad
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despertaría la pasión y rebajaría el tono del carácter mental y moral
haciendo imposible que sus sensibilidades amortiguadas percibie-
sen con claridad los hechos y las evidencias e hiciese decisiones
correctas. Hizo los más costosos preparativos para el festejo y la
voluptuosa disipación. Ella conocía la influencia de estas fiestas
intemperantes sobre el intelecto y la moralidad. Sabía que la com-
placencia de Herodes en el apetito, el placer y la diversión excitaría
sus pasiones más bajas y lo haría impotente ante las exigencias más
nobles del esfuerzo y el deber.
El alborozo artificial de la mente y el espíritu producido por
la intemperancia rebaja las sensibilidades para el avance moral,
haciendo imposible que los impulsos santos afecten el corazón y
tengan el dominio sobre las pasiones cuando la opinión pública y la
moda las sustentan. Festividades y diversiones, bailes, y el abundante
uso del vino, ofuscan los sentidos y quitan el temor de Dios. ...
Mientras Herodes y sus príncipes estaban festejando y bebiendo
en el salón del banquete, Herodías, envilecida por el crimen y la
pasión, envió a su hija vestida en la forma más fascinadora a la
presencia de Herodes y de sus reales huéspedes. Salomé estaba
ataviada con costosas guirnaldas y flores. Estaba adornada de joyas
relucientes y resplandecientes brazaletes. Con poca ropa y menos
pudor danzó para la diversión de los reales huéspedes. Ante sus
sentidos pervertidos, los fascinó la encantadora apariencia de ésta,
que para ellos era una visión de belleza y hermosura. En lugar de
ser dominadas por la clara razón, el gusto refinado o la conciencia
sensible, las cualidades más bajas de la mente tenían las riendas del
mando. La virtud y el principio no tenían ningún poder de dominio.
El falso encantamiento de la aturdidora escena pareció privar
de toda dignidad y razón a Herodes y sus huéspedes, que estaban
saturados de vino. La música, el vino y la danza habían quitado de
ellos el temor y la reverencia de Dios. Nada parecía sagrado para los
sentidos pervertidos de Herodes. Deseaba hacer algún despliegue
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que lo exaltara aún más alto ante los grandes hombres de su reino.
Y temerariamente prometió, y confirmó su promesa con juramento,
que daría a la hija de Herodías cualquier cosa que ésta pidiera. ...
Habiendo obtenido una promesa tan maravillosa, ella corrió a
su madre, deseando saber qué cosa pedir. La respuesta de la madre
estaba lista: la cabeza de Juan el Bautista en un plato. Salomé al