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La Única Esperanza
creyeran en él pudieran ser salvos de la muerte eterna. Cristo se
denomina nuestra Pascua.
1 Corintios 5:7
. Por su sangre, por medio
de la fe, somos redimidos.
Efesios 1:7
.
Así, cada vez que una familia de Israel llevaba a su primogénito
al templo, debía recordar que esos hijos habían sido protegidos de la
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plaga y que todos podían salvarse del pecado y la muerte eterna. El
hijo presentado en el templo era tomado en los brazos del sacerdote
y levantado delante del altar.
De esta forma era solemnemente dedicado a Dios. Después de
devolvérselo a la madre, inscribía su nombre en el rollo, o libro, que
contenía los nombres de los primogénitos de Israel. Así todos los
que son salvos por la sangre de Cristo tendrán sus nombres escritos
en el libro de la vida.
José y María llevaron a Jesús ante el sacerdote como lo exigía
la ley. Como todos los días padres y madres iban con sus hijos, en
José y María el sacerdote no vio nada distinto de muchos otros. Eran
sencillamente gente de trabajo.
En el niño Jesús vio tan sólo a una criatura indefensa. Aquel
sacerdote no se imaginaba que tenía en sus brazos al Salvador del
mundo, al Sumo Sacerdote del templo celestial. Pero podría haberlo
sabido, porque si hubiera sido obediente a la Palabra de Dios, el
Señor se lo hubiese revelado.
Ana y Simeón
En ese mismo momento se encontraban en el templo dos de los
verdaderos siervos de Dios: Simeón y Ana. Ambos habían enve-
jecido en el servicio que realizaban para el Señor, quien les había
revelado cosas que no podían ser manifestadas a los orgullosos y
egoístas sacerdotes.
A Simeón le había prometido que no moriría hasta que hubiera
visto al Salvador. Tan pronto como vio a Jesús en el templo, supo
que era el prometido.
Sobre el rostro de Cristo había una suave luz celestial, y Simeón,
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tomando al niño en sus brazos, alabó a Dios y dijo:
“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra,
porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en