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Capítulo 3—La visita de los magos
Dios Quería que la gente supiera que Cristo estaba por venir a la
tierra. Los sacerdotes debían haber enseñado al pueblo a esperar al
Salvador; pero ni ellos mismos se enteraron de su venida.
Por eso Dios envió a sus ángeles para anunciar a los pastores
que Cristo había nacido y dónde podían encontrarlo.
De la misma manera, cuando Jesús fue presentado en el templo,
hubo quienes lo recibieron como Salvador. Dios había preservado
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la vida de Simeón y de Ana, para darles el gozoso privilegio de
testificar que Cristo era el Mesías prometido.
Dios quiso que otros, además de los judíos, supieran que Cristo
había venido. En un lejano país del Oriente vivían unos sabios que,
al estudiar las profecías acerca del Mesías, creían que su venida
estaba cerca.
Los judíos los llamaban paganos; sin embargo no eran idólatras.
Eran hombres sinceros que deseaban conocer la verdad y hacer la
voluntad de Dios.
Como el Señor conoce el corazón, sabía que estos hombres eran
dignos de confianza. Estaban en mejores condiciones de recibir luz
del cielo que los sacerdotes judíos, llenos de egoísmo y orgullo.
Estos hombres eran filósofos. Habían estudiado la obra de Dios
en la naturaleza y por ello aprendieron a amarlo. Habían estudiado
las estrellas, y conocían sus movimientos.
Les gustaba observar los cuerpos celestes en su marcha nocturna.
Y si descubrían una nueva estrella, celebraban su aparición como un
gran acontecimiento.
En aquella noche, cuando los ángeles se presentaron a los pasto-
res de Belén, los sabios notaron una luz extraña en el cielo: era la
gloria que rodeaba a la hueste angelical.
Cuando esa luz se disipó, vieron en el cielo lo que parecía ser
una estrella nueva. Inmediatamente pensaron en la profecía que dice:
“Saldrá estrella de Jacob, se levantará cetro de Israel”.
Números
24:17
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