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La Única Esperanza
Mientras viajaban, los padres contaban a sus hijos las cosas
maravillosas que Dios había hecho por Israel en el pasado. A menudo
cantaban juntos algunos de los hermosos salmos de David.
En los días de Cristo la gente se había vuelto fría y formal en su
servicio a Dios. Las personas pensaban más en su propio placer que
en la bondad divina hacia ellos.
Pero no ocurría lo mismo con Jesús. A él le gustaba pensar en
Dios. Cuando llegó al templo observó atentamente a los sacerdo-
tes en su servicio de adoración. Se arrodilló junto con los demás
adoradores en la oración, y su voz se unió a los cánticos de alabanza.
Todas las mañanas y todas las tardes se sacrificaba un cordero
sobre el altar. Esto se hacía para representar la muerte del Salvador.
Mientras el niño Jesús estaba mirando a la víctima inocente, el
Espíritu Santo le enseñó su significado. Comprendió que él mismo,
como el Cordero de Dios, debía morir por los pecados del mundo.
Con tales pensamientos en su mente, Jesús sintió deseos de estar
solo. De manera que no quedó en el templo con sus padres, y cuando
iniciaron el viaje de regreso, no estaba con ellos.
En una sala junto al templo había una escuela donde enseñaban
los rabinos, y a ese lugar, después de un rato, llegó el niño Jesús.
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Se sentó con los otros jóvenes a los pies de los grandes maestros y
escuchó sus palabras.
Los judíos tenían muchas ideas equivocadas con respecto al
Mesías. Aunque Jesús lo sabía, no contradijo a los hombres eruditos.
Como alguien que deseaba aprender, hacía preguntas sobre lo que
habían escrito los profetas.
El capítulo 53 de Isaías habla de la muerte del Salvador; Jesús
lo leyó y les preguntó a los rabinos por su significado.
Ellos no sabían contestarle. Empezaron a interrogar a Jesús y se
quedaron maravillados de su conocimiento de las Escrituras.
Se dieron cuenta de que entendía la Biblia mucho mejor que ellos.
Se dieron cuenta de que sus propias enseñanzas estaban equivocadas,
pero no estaban dispuestos a creer en algo diferente.
Sin embargo, Jesús se comportó con tanta modestia y bondad
que no se enojaron con él. Al contrario, querían que se quedase allí
como alumno para enseñarle a explicar la Biblia como lo hacían
ellos.