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La infancia de Jesús
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Cuando José y María salieron de Jerusalén en viaje de regreso
a su hogar, no se dieron cuenta de que Jesús había quedado atrás.
Pensaban que estaba con alguno de sus amigos en el grupo.
Pero al detenerse para acampar durante la noche, extrañaron su
mano ayudadora. Lo buscaron por todo el grupo, pero en vano.
Entonces, José y María sintieron mucho miedo. Recordaron que
Herodes había tratado de matar a Jesús en su infancia, y temieron
que algo malo le hubiese sucedido.
Con corazones afligidos regresaron presurosos a Jerusalén; pero
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tan sólo lo encontraron al tercer día.
Se pusieron muy contentos al verlo de nuevo; sin embargo María
pensó que merecía un reproche por haberlos dejado. Así que le dijo:
“Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado
con angustia.
“Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”
Lucas 2:48, 49
.
Al decir estas palabras el niño señalaba hacia arriba y en su
rostro brillaba una luz que los dejó admirados. Jesús sabía que era
el Hijo de Dios y que había estado haciendo la obra para la cual su
Padre lo había enviado al mundo.
María nunca olvidó estas palabras, y en los años que siguieron
entendió mejor su maravilloso significado.
José y María amaban a Jesús, y sin embargo habían sido descui-
dados al perderlo. Se habían olvidado precisamente de la obra que
Dios les había confiado y en un solo día de descuido perdieron a
Jesús.
De la misma forma, hoy muchos pierden la compañía del Salva-
dor. Nos separamos de Cristo cuando no nos gusta pensar en él, orar,
o cuando hablamos palabras ociosas, duras o malas. Sin él estamos
solos y tristes.
Pero si realmente deseamos su compañía, él siempre estará con
nosotros. Al Salvador le gusta estar junto a todos los que aman su
presencia. El alegrará el más pobre de los hogares y regocijará al
más humilde de los corazones.