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El agua de la vida
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Habló a los presentes de la señal que se había visto en ocasión
del bautismo de Cristo. “Y yo le he visto y testifico que este es el
Hijo de Dios”.
Juan 1:34
.
Con asombro y admiración los oyentes miraban a Jesús y se
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preguntaban: ¿Es éste el Cristo?
Vieron que Jesús no llevaba ropas costosas ni aparentaba tener
riquezas. Su vestimenta era sencilla, como la que usaba la gente
pobre. Pero en su rostro pálido y cansado había algo que conmovió
sus corazones.
Notaron en él una expresión de dignidad y poder; la mirada de
sus ojos y cada rasgo de su semblante hablaba de divina compasión
y amor inefable.
Sin embargo, los mensajeros de Jerusalén no se sintieron atraídos
al Salvador. Juan no les dijo lo que ellos deseaban oír. Esperaban
que el Mesías viniera como un gran conquistador, y cuando vieron
que esa no era la misión de Jesús, se fueron desilusionados.
Al siguiente día Juan vio de nuevo a Jesús, y otra vez exclamó:
“¡Este es el Cordero de Dios!”
Juan 1:36
. Al oír esto, dos de los
discípulos de Juan que estaban cerca siguieron a Jesús. Escucharon
sus enseñanzas, y llegaron a ser discípulos suyos. Uno era Andrés y
el otro Juan.
Andrés puso a su propio hermano en contacto con Jesús: Simón,
a quien Cristo llamó Pedro. Al día siguiente, cuando iban a Galilea,
Cristo llamó a otro discípulo, Felipe, quien a su vez trajo a su amigo
Natanael.
De esta manera la gran obra de Cristo en la tierra había comen-
zado. Uno por uno llamó a sus discípulos; uno trajo a su hermano,
otro a su amigo. Esto es lo que todo seguidor de Cristo—joven o
anciano—debe hacer: enseguida que conoce a Jesús, debe hablar a
los demás acerca del precioso amigo que ha encontrado.
Milagro en las bodas
En Caná de Galilea, Cristo y sus discípulos asistieron a una fiesta
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de casamiento, en la que su maravilloso poder fue manifestado para
la felicidad de esa reunión familiar.
En ese lugar se acostumbraba a usar vino en tales ocasiones.
Antes que finalizara la fiesta, la provisión de mosto se había termi-