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Capítulo 10—Las enseñanzas de Cristo
Entre los judíos, la religión se había transformado en una rutina
de ceremonias. A medida que se apartaron del verdadero culto a
Dios y perdieron el poder espiritual que imparte su Palabra, trataron
de suplir esa falta añadiendo a la religión ceremonias y tradiciones
de su propia invención.
Sólo la sangre de Cristo puede limpiar del pecado. Únicamente
su poder puede librar a los hombres de pecar. Pero los judíos es-
tablecieron que para ganar la salvación dependían de sus propias
obras y de las ceremonias de la religión. Debido al celo con que las
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realizaban, pensaban que eran justos y merecedores de un lugar en
el reino de Dios.
Pero sus esperanzas estaban fijas en la grandeza mundana. An-
helaban riquezas y poder, y esperaban recibirlas como recompensa
a su supuesta piedad.
Creían que el Mesías establecería su reino en esta tierra, para
gobernar a los hombres como un príncipe poderoso. Esperaban
recibir todas las bendiciones mundanales cuando viniera.
Jesús sabía que sus esperanzas se verían frustradas. El había
venido para enseñarles algo mucho mejor que lo que ellos habían
buscado.
El Salvador vino a restaurar el verdadero culto de Dios, a traer
una religión pura y sincera, procedente del corazón, manifestada en
una vida justa y en un carácter santo.
En el hermoso Sermón de la Montaña explicó lo que Dios consi-
deraba más precioso, y lo que da verdadera felicidad.
Las lecciones de Cristo se dirigieron en primer lugar a sus discí-
pulos, que estaban contaminados por las enseñanzas de los rabinos.
Pero lo que les dijo a ellos, es válido también para nosotros. Necesi-
tamos aprender las mismas lecciones.
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