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La Única Esperanza
le pidió que llevara su cama. El sabía que este acto atraería la aten-
ción de los rabinos y le daría a él la oportunidad de instruirlos. Así
sucedió. Los fariseos trajeron a Cristo ante el Sanedrín, el principal
concilio de los judíos, para responder al cargo de profanar el sábado.
El Salvador declaró que su acción estaba de acuerdo con la ley
del sábado, y en armonía con la voluntad y la obra de Dios. “Mi
Padre hasta ahora obra, y yo obro”, dijo Jesús.
Juan 5:17
.
Dios obra continuamente para sostener toda la creación y a los
seres vivientes. ¿Había de cesar dicha obra en el sábado? ¿Debía
Dios impedir que el sol cumpliese su función en el sábado? ¿Im-
pediría que sus rayos calentaran la tierra y nutrieran la vegetación?
¿Debían los arroyos y las olas del mar detener su movimiento cons-
tante? ¿Debían el trigo y el maíz detener su continuo crecimiento, y
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las plantas dejar de florecer en sábado?
Si así sucediera, el hombre perdería los frutos de la tierra, y sus
correspondientes bendiciones que sostienen su vida. La naturaleza
debía continuar su obra o el hombre moriría. También el hombre
tiene una obra que hacer en este día. Las necesidades de la vida deben
ser atendidas, los enfermos sanados y los menesterosos cuidados
para suplir sus necesidades. Dios no desea que sus criaturas sufran
una hora de dolor que pueda ser aliviado en sábado o en cualquier
otro día.
La obra del cielo nunca cesa, y nunca debemos descansar de
hacer el bien. Lo que la ley nos prohíbe hacer en el día de descanso
del Señor es nuestra propia obra. El trabajo para ganarnos la vida
debe suspenderse.
Ninguna labor que tenga como fin el provecho propio o el placer
mundano es lícita en este día. Pero el sábado no ha de ser usado
en una actividad inútil. Así como Dios cesó en su obra creadora, y
descansó en el sábado, también nosotros hemos de descansar. Nos
pide que pongamos a un lado nuestras ocupaciones cotidianas y
dediquemos esas horas sagradas a un descanso saludable, al culto y
a las acciones santas.
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