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En el Getsemaní
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habían sido sus más íntimos compañeros. Pero aún así no quería que
ellos presenciaran el sufrimiento que iba a soportar. Por eso les dijo:
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“Quedaos aquí, y velad conmigo”.
Mateo 26:38
. Se alejó un
poco de ellos y cayó postrado en el suelo. Sentía que el pecado lo
estaba separado del Padre. El abismo que se abría entre su Padre
y él parecía tan ancho, tan negro, tan profundo, que su espíritu se
estremeció.
Cristo no estaba sufriendo por sus propios pecados, sino por los
pecados del mundo. Estaba sintiendo el desagrado de Dios contra el
pecado, como lo sentirá el pecador en el gran día del juicio.
En su agonía, Cristo se aferró a la tierra fría. De sus pálidos
labios se escapó el amargo clamor: “Padre mío, si es posible, pase
de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
Mateo
26:39
.
Durante una hora Jesús soportó solo este terrible sufrimiento.
Entonces, levantándose, fue a donde había dejado a sus discípulos,
esperando recibir alguna palabra de aliento. Pero en vez de eso, los
encontró dormidos, cuando el Salvador más necesitaba de sus oracio-
nes. Se despertaron al escuchar su voz, pero casi no lo reconocieron,
pues su rostro estaba muy cambiado por la angustia. Dirigiéndose a
Pedro, le dijo:
“Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?”
Marcos
14:37
.
Poco antes de llegar al huerto de Getsemaní, Cristo había dicho a
sus discípulos: “Todos os escandalizaréis en mí esta noche”.
Marcos
14:27
. Pero ellos le habían dado la más firme seguridad de que
irían con él a la prisión y a la muerte. Y el pobre Pedro, lleno de
suficiencia propia, había añadido: “Aunque todos se escandalicen,
yo no”.
Marcos 14:29
.
Como los discípulos confiaban en sí mismos, no acudieron al po-
deroso ayudador como Cristo les había aconsejado. De manera que
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cuando el Salvador más necesitaba de su simpatía y sus oraciones,
estaban dormidos. Hasta el mismo Pedro estaba durmiendo.
Y Juan, el discípulo amado, que tantas veces se había reclinado
sobre el pecho de Jesús, también estaba dormido. El amor por su
Maestro debía mantenerlo despierto. Sus fervientes oraciones debie-
ron haberse unido a las de su amado Salvador en aquellos momentos
de gran agonía. El Redentor había pasado noches enteras orando por