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La Única Esperanza
Cristo podría haber ordenado a legiones de ángeles que vinieran
del cielo en su ayuda. Pero era parte de su misión soportar, en su
humanidad, todos los ultrajes y las burlas que los hombres pudieran
inferirle.
[104]
De la casa de Anás, el Salvador fue llevado al palacio de Caifás
para ser juzgado por el Sanedrín. Mientras los miembros de este
Consejo Supremo eran llamados para reunirse, Anás y Caifás de
nuevo lo interrogaron, pero sin éxito.
Finalmente, el Sanedrín se reunió en la sala del tribunal y Caifás
ocupó su lugar en la presidencia. A cada lado estaban los jueces;
ante ellos se hallaban de pie los soldados romanos custodiando al
Salvador; detrás de ellos se acomodó la turba acusadora.
Caifás pidió a Jesús que realizara delante de ellos uno de sus
grandes milagros. Pero el Salvador no dio señales de haber escucha-
do una palabra. Si hubiera contestado, aunque sólo fuera con esa
mirada penetrante que les dirigió a los compradores y vendedores
del templo, toda la multitud se hubiera visto obligada a huir de su
presencia.
En ese tiempo los judíos eran súbditos de los romanos, y no
se les permitía castigar a nadie con la muerte. El Sanedrín podía
sólo examinar al prisionero, y pronunciar el juicio, que había de ser
ratificado por las autoridades romanas.
Para realizar su malvado propósito, ellos debían encontrar alguna
prueba contra el Salvador que fuera considerada como criminal por
el gobernador romano. Debían obtener abundantes evidencias de que
Cristo había hablado contra las tradiciones de los judíos y muchas
de sus ordenanzas. Era fácil probar que él había denunciado a los
sacerdotes y escribas, y que los había llamado hipócritas y homicidas.
Pero esto no habría sido escuchado por los romanos, porque ellos
mismos estaban disgustados por las pretensiones de los fariseos.
[105]
Se trajeron muchos cargos contra Cristo, pero, o los testigos
estaban en desacuerdo, o la evidencia era de tal naturaleza que
no sería aceptada por los romanos. Trataron de hacerlo hablar en
respuesta a sus acusaciones, pero él parecía como si no los oyera.
El silencio de Cristo en ese momento había sido descripto de esta
manera por el profeta Isaías: