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Ante Anás y Caifás
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“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue
llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, no abrió su boca”.
Isaías 53:7
.
Los sacerdotes comenzaron a temer que no lograrían reunir
evidencias contra Jesús para presentarlas ante Pilato. Sintieron que
debían realizarse un último esfuerzo. El sumo sacerdote levantó la
mano hacia el cielo y se dirigió a Jesús en la forma de un solemne
juramento:
“Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres tú el Cristo,
el Hijo de Dios”.
Mateo 26:63
.
El Salvador nunca negó su misión o su relación con el Padre. El
podía permanecer silencioso ante el insulto personal, pero siempre
habló sencilla y sinceramente cuando se le pidió razón de su obra o
de su condición de Hijo de Dios.
Todos los oídos estaban listos para escuchar, y todos los ojos se
fijaron en él cuando contestó: “Tú lo has dicho”.
En la costumbre de aquellos días, esto equivalía a responder:
“Sí”, o “Es como tú has dicho”. Esta era la forma más enfática de
una respuesta afirmativa. Una luz celestial parecía iluminar el pálido
rostro del Salvador cuando agregó:
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“Y además os digo que desde ahora habéis de ver al Hijo del
hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las
nubes del cielo”.
Mateo 26:64
.
Con esta declaración, el Salvador se refirió a una escena futura,
totalmente opuesta a la que se desarrollaba allí. Señaló el tiempo
cuando ocupará la posición de supremo Juez en el cielo y en la tierra.
Se sentará entonces en el trono de su Padre y sus decisiones serán
inapelables.
Presentó ante sus oyentes una visión de aquel día, cuando en
lugar de estar rodeado de una turba sediciosa que lo insulta y agrede,
vendrá en las nubes del cielo con gran poder y gloria, escoltado por
legiones de ángeles. Entonces pronunciará la sentencia sobre sus
enemigos, entre los cuales se hallará esa misma gente acusadora.