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La Única Esperanza
gotas de sudor brotaban de su frente. Corrió ante el estrado de los
jueces y arrojó delante del sumo pontífice las monedas de plata que
habían sido el precio de la traición a su Señor.
Con desesperación se aferró del manto de Caifás y le rogó que
liberase a Jesús, declarando que no había hecho ningún mal. Caifás
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lo sacudió con enojo, y apartándolo de sí le dijo con desprecio:
“¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”
Mateo 27:4
.
Judas se arrojó entonces a los pies del Salvador. Confesó que Je-
sús era el Hijo de Dios, y le rogó a él que se librase de sus enemigos.
El Salvador sabía que Judas no estaba realmente arrepentido
de lo que había hecho. El falso discípulo temía recibir el castigo
merecido por su acto terrible, pero no sentía verdadero dolor por
haber traicionado al inmaculado Hijo de Dios.
Sin embargo, Cristo no le dirigió ninguna sola palabra de conde-
nación. Lo miró con piedad a Judas y le dijo:
“Para esta hora he venido al mundo”.
Un murmullo de sorpresa recorrió la asamblea. Todos contem-
plaron con asombro la clemencia de Cristo hacia su traidor.
Judas vio que sus ruegos eran en vano y salió corriendo de la
sala mientras gritaba:
“¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!”
Sintió que no soportaría ver a Jesús crucificado, así que desespe-
rado, salió y se ahorcó.
Más tarde, aquel mismo día, cuando llevaban a Cristo desde la
sala de juicio de Pilato hasta el Calvario, la turba malvada lo seguía,
gritando y burlándose. Repentinamente se interrumpieron sus gritos
y escarnios, cuando vieron, al pie de un árbol seco, el cuerpo muerto
de Judas.
Era un espectáculo repugnante. Su peso había roto la cuerda con
la cual se colgara del árbol. Al caer, su cuerpo se había mutilado
horriblemente, y en ese momento los perros lo estaban devorando.
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Sus restos fueron inmediatamente enterrados, pero hubo menos
burlas entre la muchedumbre. Por la palidez de sus rostros muchos
revelaban que la inquietud comenzaba a embargar sus corazones.
Parecía que el castigo ya estaba cayendo sobre aquellos que eran
culpables de la sangre de Cristo.
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