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Capítulo 23—La gloria del Calvario
Jesús fue conducido apresuradamente al Calvario entre los gritos
y las burlas de la turba. Al pasar por el portal del atrio de Pilato, la
pesada cruz que había sido preparada para Barrabás fue colocada
sobre sus hombros heridos y sangrantes. Se pusieron también cruces
sobre dos ladrones que iban a sufrir la muerte al mismo tiempo que
Jesús.
El peso era demasiado grande para el Salvador; estaba débil y
dolorido. Después de avanzar unos pocos metros cayó exhausto bajo
la cruz.
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Cuando se repuso, otra vez le colocaron la cruz sobre sus hom-
bros. Vaciló unos pasos y de nuevo exánime cayó a tierra. Sus
perseguidores comprendieron que era imposible para él avanzar más
con ese peso, y vieron la necesidad de encontrar a alguien que llevara
la humillante carga.
En ese preciso momento se cruzaron con un extranjero, Simón
de Cirene, que venía del campo. Le cargaron la cruz y lo obligaron
a llevarla al Calvario.
Los hijos de Simón eran discípulos de Jesús, pero él no había
aceptado al Salvador. Después de esto, Simón estuvo siempre agra-
decido por el privilegio de llevar la cruz del Redentor. La carga
que le obligaron a llevar llegó a ser el medio de su conversión. Los
acontecimientos del Calvario y las palabras pronunciadas por Jesús,
indujeron a Simón a aceptarlo como el Hijo de Dios.
Al llegar al lugar de la crucifixión, los condenados fueron atados
a los instrumentos de tortura. Los dos ladrones forcejearon en las
manos de aquellos que los ataban a la cruz; pero el Salvador no
opuso ninguna resistencia.
La madre de Jesús lo había seguido en ese terrible camino al
Calvario. Al caer exhausto bajo la pesada carga, anheló auxiliarlo,
pero no se le permitió ese privilegio.
A cada paso de aquel fatigoso camino, María había esperado que
Jesús manifestara el poder que Dios le había concedido y se liberara
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