Página 90 - La

Basic HTML Version

86
La Única Esperanza
de la turba asesina. Ahora que había llegado la escena final, y veía
a los ladrones atados a la cruz, ¡qué agonía de duda y temor debió
soportar!
¿Permitiría que mataran a aquel que había dado la vida a los
muertos? ¿El propio Hijo de Dios soportaría que lo crucificaran tan
cruelmente? ¿Debía ella abandonar su fe en que él era el Mesías?
Vio sus extremidades atadas a la cruz, aquellas manos que siem-
[129]
pre se habían extendido para bendecir a los que sufrían. Trajeron
el martillo y los clavos, y mientras sus palmas eran perforadas, los
discípulos, con el corazón quebrantado, retiraron de la escena cruel
a la desfalleciente madre de Jesús.
El Salvador no murmuró ni se quejó; su rostro permanecía pá-
lido y sereno, pero grandes gotas de sudor mojaban su frente. Sus
discípulos habían huido de la terrible escena. Así se cumplió lo que
dijo el profeta: “He pisado yo solo el lagar; de los pueblos nadie
había conmigo”.
Isaías 63:3
.
“¡Padre, perdónalos!”
Mientras los soldados realizaban su fatídica obra, la mente de
Jesús pasó de sus propios sufrimientos a la terrible retribución que al-
gún día recibirían sus perseguidores. Se compadeció de la ignorancia
de ellos y oró:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Lucas 23:32
.
Cristo estaba comprando el derecho de ser ante el Padre abogado
de los hombres. Aquella oración por sus enemigos abarcaba a todo
el mundo. Incluye a cada pecador que ha vivido, vive o vivirá, desde
el comienzo hasta el fin del tiempo.
Cada vez que pecamos, Cristo es herido de nuevo. Por nosotros
eleva sus manos horadadas ante el trono del Padre, y dice: “Perdó-
nalos, porque no saben lo que hacen”.
La crucifixión
Tan pronto como Cristo fue clavado en la cruz, varios hombres
fuertes la levantaron y la dejaron caer con violencia en el lugar
[130]
preparado para ello. Esto causó intenso sufrimiento al Hijo de Dios.