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Capítulo 25—En la tumba de José
Traición contra el gobierno romano: ese fue el crimen por el cual
condenaron al Salvador. Las personas ejecutadas por esta causa eran
sepultadas en un lugar destinado a tales criminales.
Juan se estremecía al pensar en que el cuerpo de su amado
Maestro sería llevado por los soldados insensibles, y enterrado en
una tumba de deshonra. Pero no veía forma de impedirlo, pues no
tenía influencia ante Pilato.
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En este momento difícil, Nicodemo y José de Arimatea acudie-
ron en ayuda de los discípulos. Ambos eran miembros del Sanedrín
y conocían a Pilato. Eran hombres de riqueza e influencia. Esta-
ban resueltos a que el cuerpo del Salvador recibiese una sepultura
honrosa.
Con valentía José fue a ver a Pilato con el fin de pedirle el
cuerpo de Jesús. El gobernador romano llamó al centurión y después
de cerciorarse de que Cristo realmente había muerto, concedió su
pedido.
Mientras José se dirigía a Pilato, para pedir el cuerpo del Sal-
vador, Nicodemo hacía los preparativos para la sepultura. Era cos-
tumbre en aquellos tiempos envolver los cuerpos de los muertos en
ropas de lino, con ungüentos costosos y ricas especias. Este era el
procedimiento que existía para embalsamar a los muertos. De modo
que Nicodemo trajo un precioso regalo de mirra y áloe, de unos
cincuenta kilos de peso, para realizar el proceso acostumbrado con
el cuerpo de Jesús.
Los hombres más distinguidos en toda Jerusalén no podrían
haber recibido mayor respeto en su muerte. Los humildes seguidores
de Jesús se sorprendieron al ver el interés de estos ricos príncipes en
sepultar a su Maestro.
Al perder la esperanza, los discípulos estaban agobiados de dolor
por la muerte de Cristo. Olvidaron que él les había dicho que esto
debía ocurrir y estaban sin esperanza. Ni José ni Nicodemo habían
aceptado abiertamente al Salvador mientras vivía. Pero, al interesar-
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