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La Única Esperanza
les sus enseñanzas, habían vigilado estrechamente cada paso de su
ministerio. Aunque los discípulos habían olvidado las palabras del
Salvador que predecían su muerte, José y Nicodemo las recordaban
bien. Por esto es que las escenas relacionadas con la muerte de Jesús
descorazonaron tanto a los discípulos al punto de vacilar en su fe.
Pero en el caso de estos príncipes, esas mismas escenas sirvieron
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para probar que realmente era el Mesías. Esto los condujo a tomar
la firme determinación de seguirlo.
La ayuda de estos hombres ricos y respetados era muy valiosa y
necesaria en esas circunstancias. Ellos podían hacer por su Maestro
muerto lo que era imposible para los pobres discípulos.
Con cuidado y reverencia, con sus propias manos bajaron el
cuerpo de Cristo de la cruz; lágrimas de simpatía se deslizaban por
sus mejillas mientras observaban el cuerpo magullado y herido.
José poseía una tumba nueva, labrada en una roca. La había
construído para su propio uso, pero ahora la preparó para Jesús.
Envolvieron el cuerpo en una sábana de lino, junto con las especias
que había traído Nicodemo, y lo colocaron en la tumba.
Creían y temblaban
Aunque los príncipes judíos habían tenido éxito en llevar a Cristo
a la muerte, no se sentían tranquilos. Conocían perfectamente su
extraordinario poder.
Algunos de ellos habían estado junto a la tumba de Lázaro y lo
habían visto resucitar. Ahora temblaban temiendo que Cristo mismo
resucitase de los muertos y de nuevo apareciera ante ellos.
Habían oído a Jesús decir a la multitud que tenía poder para
deponer su vida y para volverla a tomar.
Recordaban que había dicho: “Destruid este templo y en tres
días lo levantaré” (
Juan 2:19
), y sabían que estaba hablando de su
propio cuerpo.
Judas les había contado que Cristo en su último viaje a Jerusalén
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había dicho a sus discípulos:
“Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado
a los principales sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte
y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo
crucifiquen; pero al tercer día resucitará”.
Mateo 20:18, 19
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