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Capítulo 26—¡Ha resucitado!
Se tomaron las mayores precauciones para asegurar la tumba
del Salvador. Cerraron la entrada con una gran piedra, y sobre ella
colocaron el sello romano, de tal manera que la piedra no pudiera
ser quitada sin romper el sello.
Alrededor de la tumba vigilaba una guardia de soldados romanos.
Tenían órdenes estrictas de mantenerse en vela, para que el cuerpo
de Jesús no fuera tocado. Algunos de ellos andaban constantemente
de aquí para allá, mientras otros descansaban sobre el suelo en las
inmediaciones.
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Pero había otra guardia invisible que también custodiaba la tum-
ba. Los poderosos ángeles del cielo estaban allí. Utilizando su poder,
cualquiera de ellos podía haber herido a todo el ejército romano.
Tu padre te llama
La noche entre el sábado y el domingo, que es el primer día
de la semana, había transcurrido lentamente. Al llegar la hora más
oscura—la que precede al amanecer—, de pronto, uno de los ángeles
más poderosos es enviado del cielo. Su semblante es como la luz y
sus ropas blancas como la nieve. Disipa las tinieblas a su paso y el
cielo entero se ilumina con su gloria.
Los soldados dormidos despiertan, y se ponen de pie. Despavori-
dos y maravillados observan fijamente los cielos abiertos, y la figura
resplandeciente que se aproxima a ellos.
La tierra tiembla y se sacude a medida que se acerca ese ser
poderoso procedente de otro mundo. Viene con una misión gozosa; y
la velocidad y el poder de su vuelo hacen que el mundo tiemble como
si fuera sacudido por un gran terremoto. Soldados, funcionarios y
centinelas caen como muertos a tierra.
Había también otra guardia junto a la tumba del Salvador: los
ángeles del diablo estaban allí. El Hijo de Dios había muerto y su
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