Página 107 - La Verdad acerca de los Angeles (1997)

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Los ángeles desde el tiempo de David hasta el cautiverio babilónico
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hombres como cuando, en respuesta a la oración, el fuego descendió
del cielo e iluminó la cumbre de la montaña. Mientras Elías dormía,
le despertaron un toque suave y una voz agradable. Se sobresaltó y,
temiendo que el enemigo le hubiese descubierto, se dispuso a huir.
Pero el rostro compasivo que se inclinaba sobre él no era el de un
enemigo, sino de un amigo. Dios había mandado un ángel del cielo
para que alimentase a su siervo. “Levántate, come”, dijo el ángel.
“Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las
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ascuas, y una vasija de agua”.
Después que Elías hubo comido el refrigerio preparado para
él, se volvió a dormir. Por segunda vez, vino el ángel. Tocando al
hombre agotado, dijo con compasiva ternura: “Levántate y come,
porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió;
y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta
noches hasta Horeb, el monte de Dios”, donde halló refugio en una
cueva.
1 Reyes 19:5-8
.—
La Historia de Profetas y Reyes, 121-122
.
En el desierto, en la soledad y el desaliento, Elías había dicho
que estaba cansado de la vida, y había rogado que se le dejase morir.
Pero en su misericordia el Señor no había hecho caso de sus palabras.
Elías tenía que realizar todavía una gran obra; y cuando esta obra
estuviese hecha no iba a perecer en el desaliento y la soledad. No le
tocaría descender a la tumba, sino ascender con los ángeles de Dios
a la presencia de su gloria.—
La Historia de Profetas y Reyes, 170
.
Un poderoso ángel se acercó con las palabras del Señor para él:
“¿Qué haces aquí, Elías?” Con amargura de espíritu Elías profirió
su queja: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos;
porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus
altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado,
y me buscan para quitarme la vida”.
Pidiéndole que saliera de la cueva en la que había estado escon-
dido, el ángel le ordenó estar en pie en el monte, delante del Señor.
Mientras Elías obedecía la orden, “He aquí Jehová que pasaba, y
un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba
las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y
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tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y
tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías,
cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la