Página 109 - La Verdad acerca de los Angeles (1997)

Basic HTML Version

Los ángeles desde el tiempo de David hasta el cautiverio babilónico
105
No le tocó a Eliseo seguir a su maestro en un carro de fuego.
Dios permitió que le aquejase una enfermedad prolongada. Durante
las largas horas de debilidad y sufrimiento humanos, su fe se aferró
a las promesas de Dios, y contemplaba constantemente en derredor
suyo a los mensajeros celestiales de consuelo y paz. Así como en las
alturas de Dotán se había visto rodeado por las huestes del cielo, con
los carros y los jinetes de fuego de Israel, estaba ahora consciente
de la presencia de los ángeles que simpatizaban con él; y esto le
sostenía.—
La Historia de Profetas y Reyes, 197
.
Isaías
En los tiempos de Isaías, la idolatría misma ya no provocaba
sorpresa. Las prácticas inicuas habían llegado a prevalecer de tal
[140]
manera entre todas las clases que los pocos que permanecían fie-
les a Dios estaban a menudo a punto de ceder al desaliento y la
desesperación...
Pensamientos como éstos embargaban a Isaías mientras se halla-
ba bajo el pórtico del templo. De repente la puerta y el velo interior
del templo parecieron alzarse o retraerse, y se le permitió mirar al
interior, al lugar santísimo, donde el profeta no podía siquiera asentar
los pies. Se le presentó una visión de Jehová sentado en un trono
elevado, mientras que el séquito de su gloria llenaba el templo. A
ambos lados del trono, con el rostro velado en adoración, se cernían
los serafines que servían en la presencia de su Hacedor y unían sus
voces en la solemne invocación: “Santo, santo, santo, Jehová de
los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”.
Isaías 6:3
.—
La
Historia de Profetas y Reyes, 227-228
.
Una gloria indescriptible emanaba del Personaje sobre el trono,
“y sus faldas llenaban el templo”... Querubines a ambos lados del
trono brillaban con la gloria que los rodeaba por estar en la presencia
de Dios. Cuando sus cantos de adoración resonaban con profundas
notas, los pilares de la puerta temblaban como sacudidos por un
terremoto. Estos seres santos cantaban sus alabanzas y brindaban
gloria a Dios con labios no contaminados por el pecado. El contraste
entre la débil alabanza que Isaías estaba acostumbrado a brindar a
su Creador y las indescriptibles loas de los serafines, llenó al profeta
de temor reverente y un sentimiento de indignidad. Por un momento