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La seriedad y la seguridad
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Pedro: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de
nuestro Señor Jesucristo, siguiendo fábulas artificiosas, sino como
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habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad”. También
puede declarar el mensaje de la verdad divina, con toda certidumbre.
Los que creen en la verdad sagrada y eterna, deben poner toda su
alma en sus esfuerzos. Mientras contemplamos el cumplimiento de
la profecía en las escenas finales de la historia terrenal, nos conmo-
veremos hasta lo profundo del corazón. Al profundizarse nuestra
visión más allá de las glorias de la eternidad—la venida de Cristo
con poder y grande gloria, y las escenas del gran día del juicio—
no debemos permanecer indiferentes e inconmovibles. “Y vi los
muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron
abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y
fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en
los libros, según sus obras”.—
Carta 8, 1895
.
El entusiasmo en lo real y en lo imaginario
—En cierta oca-
sión, cuando Betterton, célebre actor, estaba cenando con el Dr. Shel-
don, arzobispo de Canterbury, éste le dijo: “Le ruego, Sr. Betterton,
que me diga por qué vosotros los actores dejáis a vuestros auditorios
tan poderosamente impresionados hablándoles de cosas imagina-
rias”. “Su señoría—contestó el Sr. Betterton—, con el debido respeto
a su gracia, permítame decirle que la razón es sencilla: reside en el
poder del entusiasmo. Nosotros, en el escenario, hablamos de cosas
imaginarias, como si fuesen reales; y vosotros, en el púlpito, habláis
de cosas reales, como si fuesen imaginarias”.—
Consejos para los
Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 241,
242
.
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El ministro, un mensajero de Dios
—El predicador que haya
aprendido de Cristo, estará siempre consciente de que es mensajero
de Dios, comisionado por él para hacer una obra, cuya influencia
ha de perdurar durante toda la eternidad. No debe de ningún modo
formar parte de su objeto, el llamar la atención a sí mismo, su saber o
capacidad. Todo su propósito debe reducirse a traer a los pecadores
al arrepentimiento, señalándoles, por precepto y ejemplo, el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Debe hablar con plena
conciencia de que posee poder y autoridad de Dios. “Sus discursos
deben tener una seriedad, un fervor, una fuerza de persuasión, que